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San Agustín

particular gracia de Dios, de que ha resultado como consiguiente que no obstante el haber tantas y tan dilatadas gentes y naciones esparcidas por todo el orbe habitado, que viven entre of con diferentes leyes y costumbres distintas unas de otras, con diversidad de idiomas, armas y trajes, con todo no haya habido más que dos clases de sociedades, compañías ó congregaciones de hombres, á quienes, conforme á nuestras santas Escrituras, con justa causa podemos llamarlas dos ciudades, porque la una es de los hombres que desean vivir según la carne, y la otra de los que obran según el espíritu, cada una en su paz respectiva, y que, consiguiendo lo que apetecen, viven en su peculiar paz.



CAPÍTULO II

Que el vivir según la carne, debemos entenderlo no sólo de los vicios del cuerpo, sino también de los del alma.


Conviene, pues, que examinemos en primer lugar qué es vivir según la carne, y qué según el espíritu; porque cualquiera que de improviso oyese estas proposiciones, ó ignorando, ó sin meditar como se expresa la Sagrada Escritura, podría imaginar que los filósofos epicúreos son los que viven según la carne, en atención á que colocan el sumo bien y la bienaventuranza humana en la fruición del deleite corporal. Así hay otros que en cierto modo han opinado que el bien corporal es el sumo bien del hombre, como también el del alucinado vulgo de los filósofos, que sin seguir doctrina alguna, ó sin filosofar de esta manera, estando inclinados á la sensualdad, no saben gustar sino de los deleites que reciben por los sentidos corporales. Solo los estoicos, que colocan el