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La ciudad de Dios

te salvados; porque es Salvador por el mismo motivo que es libertador.

Vivía, pues, el hombre según Dios en el Paraíso corporal y espiritual; porque el Paraíso no era corporal por los bienes del cuerpo, ni espiritual por los del espíritu, sino espiritual para que se gozara por los sentidos interiores, y corporal para que se gozara por los exteriores. Era verdaderamente lo uno y lo otro, por lo uno y por lo otro; pero después de que aquel ángel soberbio, y, por consiguiente, envidioso, por un efecto de aquella misma soberbia, convirtiéndose de Dios á sí propio, y escogiendo con una arrogancia casi tíránica gustar más de tener súbditos que ser súbdito, cayó del Paraíso espiritual, de cuya caída y de la de sus compañeros, que de ángeles de Dios se hicieron ángeles suyos, bastantemente trató, según mi posibilidad, en los libros XI y XII de esta obra. Deseando con cautelosa astucia insinuarse y apoderarse del sentido del hombre, á quien, porque perseveraba en su estado, habiendo él caído del suyo, tenía envidia, escogió á la serpiente en el Paraiso corporal, donde con aquellas dos personas, hombre y mujer, vivían también los demás animales terrestres sujetos y pacíficos sin hacer daño alguno, escogió, digo, á la serpiente, animal deleznable y que se mueve con unos torcidos rodeos, acomodado á su traza y designio para poder hablar por ella, y habiéndola rendido por la presencia angélica y por la naturaleza más excelente con astucia espiritual y diabólica, y usando de ella como instrumento, cautelosamente principió á tomar plática con la mujer, comenzando, en efecto, por la parte inferior de aquella humana conjunción y compañía, para de lance en lance llegar al todo, estimando que el varón no era tan crédulo y que no podía ser engañado con error, sino cediendo y dejándose llevar del error del otro.