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Este período, que podríamos identificar como de “reagrupación familiar”, entendiendo por familia a la familia extendida, es decir al “clan”, abarca aproximadamente entre 1950 y 1990. Vale decir, entre los comienzos de la posguerra europea y el regreso a la democracia en Chile. Por ello, a pesar de no ser demasiado significativa en términos generales, el flujo migratorio es mayor entre 1960 y 1970 y notoriamente escaso entre 1980 y 1990. España va mejor, Chile va peor ... no hay mucho más donde rascar.

Los datos estadísticos establecen un nuevo período migratorio a partir de 1996 y, en el caso de España, este presenta características bastante especiales. La migración propiamente tal, es sumamente escasa, paritaria entre hombres y mujeres y – dato importante – el porcentaje mayor del parco total, lo componen menores de 15 años. Todo ello apunta al traslado de familias constituidas – padre, madre, hijos – no existiendo ya esa figura tradicional de la emigración, el “adelantado migrante”. Es decir, el hombre solo que viaja “en busca de mejor fortuna” para, en caso de encontrarla, traerse a la familia.

Cabe mencionar que según los datos del Censo de 2002, en ese año existían en Chile 9.084 personas nacidas en España, con residencia permanente en Chile, lo cual representa un 4,92% del total de inmigrantes y, además, una variación negativa del 7,7% respecto del Censo de 1992. Ergo, se mueren mas españoles en Chile de los que llegan a vivir al país.

Si a esos 9.084 españoles les restamos los pocos sobrevivientes que puedan quedar de la emigración de principios de siglo (1920 – 1930) y algunos más del exilio de la Guerra Civil así como algún que otro hijo de chileno nacido en España durante el exilio de sus padres, nos quedamos con que en Chile residen, actualmente y de forma permanente, aproximadamente 9.000 españoles.

No es menor sacar a colación esta cifra ya que nos ayudará a entender, cuando hablemos de la impronta española en Chile, que estamos hablando de calidad y no de cantidad. De influencia cualitativa, profunda, enraizada y, a veces, casi inseparable de la propia chilenidad. De influencia permanente desde los albores de los tiempos. De una influencia que se adapta, se asimila y se reformula. Que se reinventa y se renueva. No de cantidad. Fueron pocos desde el principio; apenas 40.

La Invencible Armada S.A.

Es posible que este contingente de españoles, llegados a partir de finales de los ’90 no deba formar parte de este texto. Definitivamente no son ni emigrantes, ni inmigrantes. Ni salieron de España para no volver, ni llegaron a Chile para quedarse. La burocracia diplomática los denomina “residentes transeúntes”. Están, pero poco. Poco en todos los sentidos. Poco tiempo, poco asimilados, con pocas ganas de saber algo más que los índices de la Bolsa de Santiago. Con pocas ganas de conocer algo más que Las Torres del Paine y las Termas de Puyuhuapi.

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