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B. PÉREZ GALDÓS

hacer honor á tan gran maestro. Felipe se ha ido á la Encomienda con Gravelinas, Cas- tro Terreño, Jenaro Villamil, el pintor, y un chico que ahora despunta en la política y los periódicos, Luis Sartorius. Creo que Fer- nando le conoce. Allá se estarán unos días cazando y hablando mai del Gobierno. Des- pués van á Segovia, donde Villamil se pro- pone pintar la Fuencisla, el Parral, y qué sé yo que, y mi marido ver y tasar una colec- ción de clavos de puertas, bisagras y alda- bones que á la venta sale. Por allá se estén luengos días, y si fueran meses, mejor, para que yo respire. ¡Preciosa libertad, cuánto vales! Así podré llorar á mis anchas á mi amada Justina, y llevarle flores, y hablar contigo, emborronando todo el papel que me de la gana. ¡Benditas cacerías de la Enco- mienda y benditos clavos de Segovia! Claro que mi libertad sólo es relativa, porque siem-- pre quedan aquí personas que al volver Fe- lipe le cuentan todo lo que hago; pero esta clase de esclavitud la sorteo yo perfecta- mente. Hoy me siento mía, hoy respiro, y los suspiros que te mando levan alegrías de mi corazón y esperanzas.

En estos veinte años largos de ansiedad y lucha, de persecuciones, de estudio sutil para sortear el carácter receloso, inquisito- rial de Felipe, Dios me ha favorecido, no puedo negarlo. Concedióme primero la con- pañía y ayuda leal de Justina; después, que à Felipe no le fuera antipática mi fiel sir- viente, pues si se le ocurre tomarla entre