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Página:La estafeta romántica (1899).djvu/134

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B. PÉREZ GALDÓS

me digas que el fantasmón de mi sobrino puede quitárnosla. ¿Pues qué? ¿No ha mani- festado bien claramente la niña discreta que le repugna el candidato propuesto por la fa- milia? ¡Y ha tenido entereza para negarse ser su esposa, sin reparar en el semi-com- promiso que suponían las vistas, resistién- dose á la presión que sobre ella ejercían sus tíos y Juana Teresa! ¡Eso es una mujer! Sólo este rasgo basta para que yo la ponga cien codos más alta que todas las de nuestro sexo. ¡Cualquier día la coge á esa un tonto! Ya puedes figurarte lo que yo gozo consideran- do el despecho, la rabia de Juana Teresa, que en su vida se ha llevado un sofión tan me- recido. La veo echando fuego por los ojos y masticando fuerte... Pero se me caen las alas del corazón al pensar que aún tiene es- peranzas de arreglo. No, no puede ser: no es delicado insistir después de una repulsa tan categórica... ¡Ay! mi falta de libertad me requema la sangre. Pues si yo pudiera me- ter mi cucharada en ese negocio, ¡con qué gracia habría de llevarlo á término feliz, abatiendo para siempre los hocicos de mi media hermana!... Déjame, déjame que des- ahogue el ardor de mi alma. Luego me dicen revolucionaria, romántica. Sí, lo soy: quiero imitar á esa sin par ñiña, que odia, como yo, los raciocinios por papeleta, y cuando le han presentado la de su casamiento, la ha deshecho con garra de leona. ¡Esa, esa es la mujer que quiero para compañera de Fer- nando!