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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

Pero nada adelantaremos, tienes razón, mientras el alma de nuestro querido hijo no salga del insano estupor en que la tiene una pasión frustrada, una tan grave herida del amor propio. No le riño; conste que no le ri- ño; considero la delicadísima situación de su espíritu, y confio como tú en el tiempo... Pero jay! el tiempo tiene dos caras: és amigo que infunde esperanza, y enemigo que ame- drenta. ¿Quién me asegura que, andando días, no lograrán los de Cintruénigo rendir por cansancio la fortaleza de Castro? Juana Teresa es muy lista, maestra en gramática parda, en marrullerías plebeyas, Rodriguito, según mis noticias, suple con su tenacidad la pobreza de su entendimiento. Temo á los tercos, á los pleiteantes temerarios, á los que ponen toda su intención y sus fines todos en una sola papeleta... No, no me entrego yo al tiempo: eso es de perezosos. Confío en ti, que aunque me dices que espere y no me precipite, seguramente pondrás tus cinco sentidos en esta obra magna para que no se nos malogre, y allanarás á Fernando el ca- minito de La Guardia. Demetria es su paz de toda la vida, el perfecto equilibrio de sus fa- cultades. ¿No lo ves así? ¿No ves en ese matri- monio la maravilla de la Providencia?... Im- pedir que se unan es un divorcio, amiga mía, es obstruir los caminos de Dios.

No te asustes de mi exaltación. Soy así: ver yo el bien y no lanzarme tras él al ins- tante, es imposible. Déjame que te diga una cosa, y si la tienes por delirio, no me im- 607