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Página:La estafeta romántica (1899).djvu/206

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B. PÉREZ GALDÓS

ellos busco soluciones, les pido consejo, les doy mis ideas á cambio de las suyas; pero la ardiente amistad que con ellos trabo no me da la serenidad que apetezco, no me despe- ja el cerebro de sombras. Los libros me com- padecen; pero no pueden, y bien claro me lo dicen, no pueden remediar mi mal. Ellos imitan la vida, pero no son la vida; son obra de un artista, no de Dios.

Y en tal situación quieres que yo vaya a La Guardia? No puede ser. Quien ha venido á ser mi dueño absoluto y mi gobernante no me ha mandado eso, ni me lo mandará, por- que me ama y me estima, y no me pondrá jamás en una situación desairada. Así me lo ha dicho Valvanera, que es como ella misma, y además la propia discreción. Yo no puedo : pretender los favores de la divina Palas, por- que pretendiéndolos, tendría que fingir una disposición de espíritu que estoy muy lejos de tener, desgraciadamente. ¿Soy un aven- turero? No. Ni ella ni tú podéis suponerlo. La situación moral y psicológica en que me encuentro aumenta de un modo increíble mi respeto a la sin par mayorazga. Creo que si ante ella me viese de improviso, me turba- ría como pobre chicuelo sin sociedad, educa- do en convento ó seminario, que tiembla y se ruboriza ante una mujer. Observo qué sen- timientos nacen en mí al pensar en Deme- tria, y por más que me estudio, sólo en- cuentro vergüenza, cortedad, una infinita modestia ante criatura tan fuerte y grande. No dudes que soy una nulidad social y mo- !