podrían interesarle. Hoy necesito del auxilio de usted. Es la satisfacción de un deseo, de un capricho... no debo entrar en más expli- caciones. Amigo Salamanca, es preciso, in- dispensable, que usted me proporcione una cantidad... No se asuste...» Respondióme con gracejo que no se asustaba de que una dama le mandase buscar dinero. Para complacer- me, lo sacaría de las entrañas de la tierra. Cambiados conceptos ingeniosos por una y otra parte, expresé la cuantía de mi necesi- dad metálica con frase cortante y seca: «Va `usted á traerme, amigo Salamanca, cincuen- ta mil duros.» Ví que su sonrisa se trecó en severo asombro. La cifra le asustaba, y me la devolvió descompuesta en reales. «¡Un millón, señora!...» «Un millón-repeti yo muy tranquila.-¿Cree usted que no puedo yo responder, con mis bienes, de esa canti- dad?» «No se trata de eso. La garantía es más que sobrada, lo sé... En fin, yo estu- diaré la forma de realizar el préstamo que desea, el cual, según me ha dicho Cortina, tiene por objeto constituir por medio de ter- cera persona, una renta en favor de... La co- sa es clara. No sé si podré obtener los cin- cuenta mil duros tan pronto como usted de- sea. Si yo los tuviese, ahora mismo lo arre- glábamos.» Añadí que si la diligencia no era fácil para él, me lo dijese francamente, y yo buscaría otro amigo que de ella se encar- gara, con lo que di tan fuerte pinchazo á su amor propio, que el hombre reboto, dicién- dome que se creería indigno de mi amistad