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B. PÉREZ GALDÓS

quieres que sea también profeta, te diré que seguirá funcionando la máquina de los pro- nunciamientos; que no habrá revoluciones temibles, porque el pueblo es un buenazo, á quien se engaña con colorines y palabras va- cias; que tendremos disturbics, cambiazos y trapisondas, todo sin grandeza, pues no hay elementos de grandeza, y las ambiciones son de corto vuelo. Redúcense á obtener el man- do, y á que los triunfadores imiten á los ven- cidos en sus desaciertos y mezquindades. No late en la raza la ambición suprema de un Cromwell ó un Napoleón. Todo es rivalidad de comadres y envidias de caciques. ¿Qué, te ries? Pues tú lo verás, tú, que has de ser actor en esta comedia, y te contentarás con hacer tu papelito modesta y gravemente, creyendo que haces algo. Cuando llegues al término de la vida, nuestras dos calaveras tendrán un careo gracioso en las honduras de la tie- rra... y nos reiremos.

Entre tanto, vive y goza. Es preciso que lo que ha padecido por ti esta noble dama, mi excelsa castellana, se trueque ahora en go- ces de los dos, en alegrías y confortamien- tos recíprocos. Hora es ya de que ella te ten- ga, y de que tú le entregues tu corazón y tu voluntad. Lo dicho: me iré pronto allá, llevándote mi sabrosa compañía, mi con- versación amena, mis consejos sapientísi- mos, mis reglas de vida. Te anticipo la se- vera amonestación de abordar sin recelo tu enlace con la niña de Castro. No hagas ton- terías, Fernando; déjate de melindres y re-