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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

vencer á las niñas, enseñando á la más pe- queña el papel de Paquita, y á la mayor el de Doña Irene. Yo seré el Don Diego; es mi papel... Pues te aseguro que lo haré con gusto, y aun que lo haré bien. Hay dentro de mí mucho que ha envejecido. Me siento Don Diego... Pero en este instante, ¡oh mi dulce Mentor! lo que prevalece en mi, aho- gando todo sentimiento y toda idea, es un sueño intensísimo. Obediente á la naturale- za, pongo fin á esta carta deseándote lo que no tiene tu triste-Telémaco.

VI

Del mismo al mismo.

Sin fecha.

Hoy, cuando más contentos estábamos ar- mando bastidores, y vigilando las copias de El si de las niñas, que al fin he impuesto á. mis discípulas del arte escénico, llamaron con recio golpe al portalón de esta casa pa- ! lacio. Era un huésped fúnebre, la nueva tris- tísima de la muerte de D. Beltrán de Urda- neta en el Maestrazgo. ¡Y qué desastroso fin el del noble y simpático viejo! No te quiero decir la que se armó aquí. Valvanera cayó con un síncope, y las niñas, afectadas de súbita pena y de cierto terror, sufrieron des- mayos de menor cuantía, que afortunada- mente fueron de corta duración. Todo lo tie-