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B. PÉREZ GALDÓS

excitar la conmiseración burlesca de mis amigos. Pero mi terquedad, debajo de los di- simulos y de las composturas de mi rostro, continuaba induciéndome á la investigación solapada, al descubrimiento de la trama traidora, á la querencia de más viva luz. Decidi seguir á Espartero en las operacio- nes que emprendió en el interior de Vizca- ya, pue me daba el corazón que podría en- contrar algún rastro de mi res secuestrada ó perdida; pero entre Uhagón y Fernando Cotoner me quitaron de la cabeza este audaz pensamiento, cuya realización me habría ocasionado quizás nuevos reveses y mayo- res desdichas. Pasé á Balmaseda, donde me puse al habla contigo y con el mundo. Ve- nía yo de otro planeta. Tu primera carta, mi buen clérigo, fué para mí nueva revela- ción de mi destino, gran consuelo de mis penas. Volví á Bilbao solicitado de amista- des generosas. No parecí por la tienda de efectos navales ni por sus cercanías. Sen- tíame bastante aliviado: el hoyo había dis- minuido, y el cadáver apenas se veía ya de tanta tierra como sobre el eché.

Recibida en aquellos días la orden dicta- torial inexcusable de venir aquí, me apre- suré á cumplirla, observando que toda pre. sión de otra voluntad sobre la mía desma. yada y caduca me hace gran provecho. «Bendito sea el despotismo-dije entonces.- Soy como un pueblo desgarrado por las revo- luciones, hecho trizas por el jacobinismo y la anarquía, y que antes de perecer se en-