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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

trega al dulce dominio de sus reyes históri- cos. La dictadura me ha traído la paz, y aunque me entristece el pisar mis iniciati- vas, caidas de mí como coronas marchitas y deshojadas, me consuelo con la conserva- ción de mi existencia dentro de una plácida esclavitud. Confinado en este castillo de Vi- Harcayo, donde me guardan los más bon- | dadosos carceleros que es posible imaginar, se han recrudecido los dolores de mi caída, vuelven las dudas á inquietarme, y á encen- derme el magín las cavilaciones acerca de las causas, todavía obscuras, de la traición no perdonada. Es que, mientras la acción del tiempo no labra las gruesas capas de ol- vido, el silencio y la paz favorecen el rever- decimiento de las penas, cuando estas no son muy próximas ni están aún muy distantes. Hay un periodo medio entre lo reciente y lo remote, que es el más abonado para las re- caídas. Yo he recaído á intervalos, sin saber por qué. Los motivos de gozo, la tranquili- dad misma, son á veces causa misteriosa de reincidencia. Una palabra insignificante des- pierta los dormidos dolores; una escena, un paso cualquiera, sin congruencia con nues- tra cuita, hácenla revivir, como otro pasaje o sucedido la adormece. Explícame esto. La tristeza que reina en esta casa por la de- sastrada muerte de 1). Beltrán, á quien no puedo apartar de mi pensamiento, ha sido parte á que mi hoyo se vacie de la tierra que había logrado echarle... No sigo; no quiero entristecerte.