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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

do los terribles cargos de ingrato y olvida- dizo. No se pudo obtener definitiva senten- cia por totalidad de votos, ni hubimos de concertar nuestros pareceres más que en el dictamen de que ninguno de la familia de- bía escribir á usted. Así lo acordamos, y ya ve usted con qué fidelidad lo cumplo.

Gracia entró ayer en mi cuarto un poquito llorona, y de buenas á primeras salió con ésta: «Querido tío, digan lo que quieran mi hermana y mi tía, debemos perdonarle à D. Fernando su olvido. Con el gran disgusto que sufre el pobrecito, y las angustias y desconsuelos que estará pasando, buenas ganas tendrá de ponerse á escribir á nadie. Sin que mi hermana lo sepa, porque se en- fadaría, voy á enjaretar una esquelita di. ciéndole que sentimos sus aflicciones, y que deseamos que se le conviertan en ale- grías. Esto, palabra más, palabra menos, me dijo la chiquilla, y el disuadirla de es- cribir tal carta y el resolverme á endilgarla yo, fué todo una misma idea. He aquí, mi se- ñor ilustre, el por qué de estos desaliñados renglones.

Y si no me tachara usted de entrometido, me permitiría decirle que esas penas ó acci- dentes de la vida no son de los irremedia- bles, pues tales muertes traen aparejada su resurrección, ó lò que es lo mismo, que si un afecto perdió, otros que más valgan hallará en la Corte, donde pienso yo que habrá po- cos que le igualen en el lucimiento y partes de la persona, así por lo tocante á prendas