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B. PÉREZ GALDÓS

caso hacia. A media tarde entró de nuevo Villalta con Ferrer del Río y Pepe Diaz. Es- pronceda sintió frío y se metió en la cama. Yo, caviloso y cejijunto, hacía mis cálculos para ver de dónde sacaría la ropa de luto que necesitaba para el entierro...

¿Qué te parece mi estilo histórico? Ya ves que Xenofonte, Tito Livio y el propio Táci- to, se quedan tamaitos. Aquí doy un salto, dejando inéditas mis fatigas y diligencias para encontrar un amigo de mi talla y car- nes que para el entierro me vistiese, y paso á contarte la escena solemnísima del ce- menterio, que no olvidaremos jamás los que la presenciamos... Atacado de esa comezón ó prurito de maliciosa crítica que suele po- sesionarse de nuestro espíritu en las ocasio- nes más luctuosas, no pude menos de repa- rar en la ropa de cada cual,, dividiendo por clases de primera, segunda y tercera á los que la llevaban superior, media ó mala. Ví levitas de intachable corte y hechura, lle- vadas por cuerpos para los que no era nove- dad el cubrirse con ellas; ví otras que pedían con sus dobleces volver al arca de donde las sacó la etiqueta; las había que se estiraban para corresponder al crecimiento de su due- ño; había no pocas de las vinculadas: levi- tas madres, levitas abuelas, transmitidas de generación en generación... Pero todo este observar indiscreto, irreverente, fue ahoga- do por la emoción que nos embargó al des cubrir el ataúd y ver las ya macilentas fac- ciones del gran satírico, próximas á desapa- ← - P .