sas i de fuerte espiritualidad. Se advierte en los pequeños poemas de «La gruta del silencio» un mui jeneroso afán por vaciar en el molde la estrofa inquietudes vivas, deseos obsesores, pensamientos estraños; todo ese bullir subconsciente de una vida espiritual intensa en fuerza de aparecer atormentada. ¿No impreca el poeta a su alma, en una de sus poesías, diciéndola que ame sus obsesiones i aumente sus martirios, talvez por el solo placer de sentirse mas torturada dentro de las rejiones del arte? Negaciones son todas estas que provienen de un intelectualismo frío, meditado i peligroso.
Como ya advertía antes, la influencia del simbolismo ha encontrado en este poeta un eco profundo, torturadamente doloroso. Los poemas alucinados, y que componen la parte mas granada del libro, dan una medida del alcance de dicha influencia: se habla en ellos de obsesiones que recuerdan las pesadillas de alcohólico de Rimbaud, los negros hastíos de Baudelaire i los terrores sensuales, hijos de la neuro-