embriaguez que embarnecía visiblemente al oficial. Ella, con un tuco anudado en su pañuelo, se daba la luz del insecto relumbrante, que envolvía en romántico misterio sus manos meditativas, su faz cavada de sombras bajo la vislumbre, sus ojos, su cabellera y la flor del aire con que se la bien armaba. Y á los decires del amado apaciguábala inefable misticismo, como si le cayera derecho sobre el corazón un rayo de luna...
Por ruego de aquél punteaba en ocasiones para alguna endecha antigua ó espinela amorosa las cuerdas de la guitarra. Ah galardones de la dicha expresa en versos campesinos! Ah tristes ingenuos que resucitaban infortunios, porque el amor, como el vino, revive las penas! Ah quejas del corazón que ya no podía más de tanto fruir en su deleite:
El día se agrisaba ligeramente. A ratos, desde las fisuras que el sol abría en las nubes, una evasión de claridad refundía en deleble amarillez lejanos verdores. Por quebradas y vertederos el gauchaje confluía en grupos á la estancia, loando á la patrona y por anticipado a la revista tanto