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LA GUERRA GAUCHA

Dormían de tiempo atrás en la finca, pues ya mediaba la noche. En el cercano chiquero, las ovejas revolvíanse á ratos con sordo trajín sobre el colchón de boñigas; unas desveladas por el celo, las otras adormecidas en una beata plenitud de rumia. Como un caserón recién enlucido, el ámbito de la noche estaba lleno de luna y de silencio. La gente reposaba en el patio sobre catres y monturas. Algún perro, circulando silenciosamente alrededor de los dormidos, olfateaba una cabecera junto á la cual se enroscaba luego. Abiertas de par en par, las puertas ahoyaban con sus vanos la sombra. Bajo la ramada, y junto al horno, vaporizaba entre exhaustos tizones la olla jabonera, saponificando con dejo alcalino sus chicharrones. Por la techumbre escurríase una comadreja en merodeo, con la suavidad de una tira de faya.

Mientras tanto, un ejército de nubes subía del horizonte. La humedad condensábase en motas por el cielo, donde la luna, hasta entonces quieta, marchaba ahora. Los caminantes llegaban en ese momento al guardapatio. Detuviéronse junto al pozo y deliberaron bajito. Los perros, al reconocerlos, saltaban al rededor acezando y rabeando. Era una imprudencia despertar la gente a esa hora;