birlarle la manceba á un corregidor, ó distraerle los cuñados á una adúltera pintona, ó sacar del cepo algún cristiano que por ratería se descuartizaba en los maderos judiciales. Un costurón en la nariz fechaba su más picante aventura.
Como en la alcoba de las muchachas no había más puerta que la medianil con la de los mayores, gateaba por una de éstas aproximándose al nido de su cortejo, en la oscuridad, tan caviloso de que lo apernara algún perro, que se llevó de narices un travesaño de la mesa. Al estropicio, la vieja se enderezó.
Momentos de angustia. Mas, sobreponiéndose valeroso, al tiro concibió la salida. Con los dedos apeñuscados se rascó á golpecitos tangenciales sobre el temporal, y tras un breve silencio, la vieja, engañada gruñó fuera perro! y se durmió. La guitarra reía anchurosamente la segunda décima: