gargajeos. Y cómo no! si hasta choznos contaba ya. En sus mocedades había hecho de platero, acreditando unos mates cuyos mangos remataban en cresta de perdiz. Cierto es que no le confiaban prendas sin peros y refunfuños, porque solía desplatarlas; y aunque las devolvía bien parejas, á los primeros frotes se les notaba ya la liga. Cosas de maldicientes, afirmaba él.
Inepto ya, industriaba en cucharillas de cuerno y escudillas, ó apunchaba peines. Su respeto rayaba en timidez. Que los otros se amotinaran, prefiriendo los generales porteños a su Sacra Real Majestad, se le daba á él un comino. A él no lo sacaban de sus casillas á dos tirones. Y aunque — para qué mentir — lo afectaba tanta devastación entre sus paisanos, ¡bien se les empleara por metidos a empresarios de grandeza!
Tanto lindo mozo pudriéndose panza arriba por esos peñascales! Tanto parejero deszocándose al botón! Tánta siembra desperdiciada, y lo peor: tanto valiente comprometido en aquella lucha con perdularios hijos de mala madre!... De modo que le asistía razón para sus protestas y detracciones contra esos mocosos, emperrados con la patria como si algo les hubiese de dar. Y que les menearan sable de lo lindo. Ya que no a las buenas, a las malas se les asentaría el juicio!