Estos propósitos demostraban su sensatez y lealtad, aunque en ocasiones lo asaltaban intermitencias de estupidez. A su polítropo palabreo sucedía el mutismo. La vena metafórica daba en seco. Mas estas viarazas concluían pronto, interpretándose entre sus camaradas por manía o mal humor. Su fisonomía, compuesta de una barba en escobillón que le pululaba los pómulos, una epidermis de cordobán y dos ojazos perrunos, nada decía en su tranquilidad astuta. Y sólo se le notaba la devoción realista desde que prevaricó por el rey.
Figuraba como sargento de los maturrangos un traidor a la montonera. Muy distinguido por sus jefes, gozaba también las predilecciones del viejo, cuyo proceder análogo absolvía su infracción; pero aquél conocía su nombre y su culpa, y desde el primer momento le cobró una tirria mortal. Él le adeudaba todos los sinsabores de que su espionaje — objeto de su permanencia en la ciudad — adolecía.
No sin costo habíanlo inducido a aquella misión, pues codiciaba como los demás su parte en la presa goda; pero su perspicacia y sus socaliñas señaláronle aquel otro destino. Entonces, por disciplina, se sometió.