Al fin, simulando que se aclaraba, en un definitivo encogimiento de hombros:
—Tiene razón, dijo; eso sería tercerolearlo.
Dos horas después, un chasque ganaba momentos para solicitar del jefe la interpretación; y esa misma noche el prisionero fue indultado, ratificándose en semejante forma aquel verbo tan original.
A favor de su rigidez un poco tozuda, el hombre ocultaba sagaces amaños. Su duendesco sombrerote agregábale algo de bonachón que en presencia del tránsfuga crecía aún; pues abominando de él, así lo amansaba. Los bigotazos que distinguían entre todas aquella faz, multiplicaban su encono. Y con qué prolijidad los acariciaba el maldito! Y cómo los cuidaba! Semejante puerilidad llegó a embargarlo de tal modo, que todas sus inquinas localizáronse al fin en ese mostacho.
El ejército iba a marchar cuando volvieran los destacamentos que procuraban víveres; su comisión concluía entonces, y aprovechando la ocasión quería despedirse de él con una broma memorable.
Al cabo de laboriosas rumias, llegó á elaborarla su malignidad. Había descubierto un tahur en el felón y cultivaba hábilmente en él nostalgias de juego. Remembró parejeros como luz, que corrían dos cuadras en un credo; otros que en tiro de una legua se venían sobre el freno hasta la raya. ¿No