consentiría el jefe una carrerita de á cuatro reales por despuntar el vicio? Él, en su picazo, se animaba; pues con dolencias y todo el solaz lo remozaría. Además, un picazo tan mancarrón, quizá ni galopara. Con cualquier mostrenco del parque se lo igualaría.
Las condiciones?... Eso se arreglaba fácilmente. No incomodándolo en los remesones, quizá se desempeñara. De lo contrario, se divertían á sus expensas y esto le agradaba también. Al fin los viejos no servían para más, y adonde irá el buey que no are!
No había rastros de insurgente por los contornos; mas, para no arriesgarse, podrían correr en la Tablada, hacia el norte, es decir cuesta abajo como carrera de pollinos. Los parejeros no daban para más.
Metió parola de tal modo, que el tránsfuga se tentó. Candongueando mucho, arrancaron la licencia. El viejo, transfigurándose en la propaganda, entusiasmó a los soldados, aduló a los jefes con su facundia pintoresca.
Todo el mundo iba a jugar: y él, por su parte, si le ayudaba el apóstol Santiago, patrón de las carreras...
Con el traidor, sobre todo, derretíase de marrullero, mirándolo entre jocosas jactancias. Le ganaría cortando a luz y sin rebenque. Ni soñase