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LA GUERRA GAUCHA

cido por breves crispaciones su eréctil belfo, el caballo saludaba con relinchitos sordos. Y mientras a la luz del cielo grisáceo donde lucía una desamparada estrella, acompasábase la masticación del cereal, el viejo, apoyada la mejilla en sus brazos puestos sobre la cruz de la bestia, se abismaba en sus recuerdos. La melancolía crepuscular, como una hebra de humo, lentamente ascendía en su alma; y sus ideas adormíanse al forrajeo de suculencias que roznaba en el morral. Por los maizales erraba un chispeo de luciérnagas. La sequedad revenida del pesebre trocábase en un vaho sedativo, apenas sombreado por ligera acedía. El agua del balde, reflejando la vislumbre estelar, se arrugaba cual un sombrío argentpel. La Vía Láctea difundía en las alturas su lloradero de manantial; y á medida que el hombre aglomeraba pensamientos, las lomas vecinas llenábanse de noche.


Rememorando estas cosas tranqueaba el viejo en su picazo. La tarde se amodorraba en una calurosa luminosidad, cianurando el cielo. Frondosas eminencias encajonaban la llanura á cuyo fondo erguíase la sierra como una mole de hierro fundido. Una nube inclinábase hacia el sol, adqui-