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DESPEDIDA

riendo en su descenso espesores de ova. Sobre una pared distante, algún cacharro concentraba la luz en un punto ardentísimo, especie de llaga ustoria hormigueada de agujas. Los soldados concurrían al esparcimiento improvisando tiendas con sus capotes.

El viejo desafiábalos al pasar con sátiras incisivas como puyazos. Qué, no arriesgaban siquiera una onza?... Y ofrecía empeñar su poncho calamaco que acarralaba profusamente la vejez. No fueran collones! ¡A ver dónde estaban esos reales!

Los soldados muequeaban acerbas sonrisas. Jugar?... Si ya ni aliento les quedaba!

Qué diferencia entre aquella diversión y las fiestas de otros tiempos!

El insurgente recordaba carreras en tardes así, centelleadas de sol.

Mientras llegaban los parejeros, la concurrencia bullía. Los más nerviosos no se apeaban; iban de grupo en grupo tomando lenguas; recibían y encomendaban recuerdos. Otros, bajo algún carretón empinado para armar pulpería a su sombra, parrandeaban con las pulperas al doble crepitar de las bordonas y del sebo rabioso de las frituras. Más allá una tabeada:

Al que tira!... Al que espera!... Pago!