esclavos guarnecían la entrada, tercerola al hombro. Algunos rostros de viejos, impasibles en su gravedad barbuda, aparecían, amarilleando sus pómulos como talones de difunto en la oscuridad de caverna que profundizaba el templo; y una voz cascada, voz de prisionero en que se condolían irreparables ingratitudes, endechaba de adentro una tonada montañesa, percutiendo á guisa de triángulo los grillos que asonaban tristemente con el cantar.
Como ésos eran todos, ve? como ésos de duros. Y el eclesiástico refirió que aquella mañana, como anduviera por la ranchería circunstante en distribución de consuelos á la gente damnificada por el temporal, halló á la vieja Gertrudis, quien oficiaba á la vez de bruja y de médica, guisando sabía Dios qué manjares en su tugurio barnizado de hollín; y que al invocar la Iglesia y al mentar el infierno por ver si libraba de Satanás alma tan perdida, se puso á blasfemar cosas horribles, castañeteándole de rabia sus cuatro dientes y accionando como una endemoniada. Amenazó á todo realista con feroces conjuros sobre los lagartos secos que pendían del tirante, y deprecó por la patria en un diabólico frenesí. Así era como se pervertía el paisanaje. Tolerar semejantes cosas valía tanto como criar cuervos...