ción de luces que aclaraba el campo con nitidez anormal, una mujer, precedida por un perro, apareció cerca del herido. El animal, hundida la cabeza en los pastizales, dudó un poco, pasó, volvió de nuevo. Lanzose al sitio, casi junto con lo que brotaba un estertor, seguido por su ama, la cual se arrodilló unida con la del animal su cabeza; y durante un rato no se oyó más que sollozos.
Moraba allá cerca, solitaria en la libertad de sus verdes años. Huérfana antes de la Revolución, su único hermano cayó en Ayohuma; y como el mujerío emigrara al invadir los chapetones, el jefe de la partida local habíale aconsejado igual temperamento. Ella respondió solicitando plaza en las filas y motilándose para concurrir, porque sus trenzas no cabían ni en un morrión; presentose trajeada de hombre, los ojos llenos de marcial donaire — un gauchito precioso que desecharon con pesar. Y de aquel sacrificio sólo sacó un apodo: los montoneros, piropeando, llamábanle la mochita.
Quedose, eso sí, en su choza, de enfermera á veces, de cocinera á la continua, administrando con maña hacendosa su pasar; y aunque le sobraban comedidos, sola esquilaba sus ovejas. Por las señaladas anuales, únicamente, concedía un jolgorio en