Daban á veces con algún limpión donde un par de corzuelas botaba en ímpetu elástico al sentirlos, presto, sobre las matas; y el bosque, después de fingirles aquel término, recomenzaba otra vez. Jornadas de diez horas terminaban en el punto de partida; pues faltándoles horizontes, inclinábanse continuamente sobre la derecha al andar. Y siempre el rumoreo de la fronda! Siempre la hostilidad del monte! Aquellos brazos de leña multiplicaban cada vez más su constricción; y cada vez más apremiaba la travesía para dar con los ganados inhallables.
En ciertas espesuras arruaban siniestramente los jabalíes. La maravilla floral de la vegetación ofendía. Chorreras de jazmines destrenzábanse en amariposados cardúmenes. Rozaban los rostros corolas de una seda tan tenue, que la ennegrecía el aliento; y toda esa pompa de otoño en la que predominaban ternuras lilas, efluviaba tósigos bajo su elegante fragilidad.
Horrible fué la postrer jornada. El colchón de hojas que alfombraba el piso, mullíase con progresiva humedad. Los helechos esparcían su capciosa frescura. Enhetrábase la masiega en un amuchigamiento capilar cuyos tallos vertían al romperse urticantes aguas y leches corrosivas. Tangilizábase el hálito del bosque, remojando la piel con vis-