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LA GUERRA GAUCHA

cosidades de linaza. No lejos, un arroyo componía su gárrulo diálogo de agua y piedra.

La tropa detúvose agobiada de fatiga y de soledad. Ni un ruido en esas últimas horas; ni un loro que croara, ni un zorro que se deslizara entre las hierbas. Apenas, electrizados de ardores, los colibríes, orfebrándose al sol...

Pero junto con el ocaso, salió un tiro de los matorrales; y como si una mazorca de balas se desgranase, brotaron éstas del suelo y de los gajos, tan cercanas algunas, que al hervir, la pólvora tatuaba como un beso vampiro. Sin atinar con la defensa, fugaban al azar del contraste. Trabados por la raigambre algunos caían y un proyectil los clavaba contra el suelo; otros, despedidos por un tropezón de la cabalgadura ó abofeteados por una rama, mordían el polvo. Las mulas, á través de la arboleda, despatarraban galopes. En la penumbra conmovida de estruendos, ascendían como garzas los copos de humo. Y ni una carabina goda respondió.

Los salvos, desde sus escondites, escucharon el degüello con que se despenaba á los caídos. Todavía sucumbieron tres o cuatro bajo la garra de la montonera. El resto salía por fin del monte, sahornado ferozmente en la marcha y plagado de cadillos hasta las cejas, junto á un río sobre cuya barranca un hombre acurrucado se aparecía.