por los árboles, erró su tiro de boleadoras; pero en alcanzando al animal, desnudó su cuchillo, tendiose á la paleta del caballo, y cogiéndose con la izquierda a las crines, con la otra desjarretó.
Desplomose el vacuno con un baladro. Sus ojos se cuajaban en sangre; distribuía cornadas en torno, mientras la gente lo chungueaba recordándole sus fechorías. ¡Hijo de una tal por cual, mañero, aportillador de chacras! Una ocasión le caldearon el cuerno para quitarle esa costumbre, y desde entonces se volvió cerrero.
Allá bajo los árboles estaba ahora. Los perros se disputaban su lebrillo á pocos pasos. Más lejos, las mujeres descogían sus pingües redaños ó jamerdaban la panza semejante á un amarilloso tripe.
Charneladas de carne, las costillas formaban un buque sangriento de cuyo fondo iban saliendo las achuras.
El entripado con sus nódulos en humedades lilas y aguas de mapa; los bofes en vivo rosa de sandía; la mermelada oscura del hígado, la laja gris del bazo...
Aparecían las ancas envueltas en crasos amarillos y violáceos satines; y algún tajo descubría el profundo rojo de la masa muscular, interrumpido por tegumentos de cárdeno nácar ó cartílagos de esteárico blancor.