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LA GUERRA GAUCHA

la muchacha con la cual, enancada en su overo, saltó por gala y mejor que los otros la tranquera del guardapatio. Linda parranda con chicha y manoseo á discreción.

A la mojadura del carnaval cuyos rastros antruejaban su poncho, uníase la descarga de un chaparrón que lo sorprendiera en el faldeo, retardándolo; pues como la nube braveaba y el galope suele atraer centellas, mientras llovía tranqueó.

Pero, aunque nada le impedía ya apresurarse, continuaba con lentitud el descenso. Su mirada seguía las curvas de la senda, pegada al suelo como una hilera de hormigas. Y á cada paso redoblaba su atención. A su espalda, la nube, cubriendo el sol, envolvía los cerros en una sombra cerúlea. Por la derecha, una quebrada llena de granizo imitaba fugaz ventisquero.

El hombre, muy echado siempre sobre el arzón, exploraba la cuesta. El aguacero no la había alcanzado, y quizá sus riscos preservarían algo de lo en que se preocupaba.

Aquellas cavilaciones acabaron con una sonrisa de evidencia que indicaba profesional orgullo. Huellas de mulas, y de mulas montadas á juzgar por la limpieza con que se imprimieron las lumbres de los cascos, abrían una rastrillada en dirección opuesta á la suya.