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LA GUERRA GAUCHA
vantó en seguida, apuntó á las alturas, permaneció así, recto bajo una estrella...
Las miradas atenebráronse. Entraron las barbas en los cuellos de los capotes.
El silencio agrandábase más y más, casi hasta la angustia. La antorcha improvisada se consumía.
Un abejeo de ideas llenó la cabeza del jefe que entrecerró los ojos. Esa patria con su fatalidad colérica se le imponía. ¿A virtud de qué suscitaba semejantes denuedos? Las vidas de esos hombres exhalábanse ante ella como un fúnebre incienso, y en nada la podían los ídolos seculares: —Dios, España, el rey...
En ese momento uno de los oficiales se aproximó suavemente:
—Coronel...
El jefe se estremeció.
—... parece que ha muerto, concluyó el oficial.
Y apagó el torzal de pábilo.