con la postrer vibración de la sonoridad en un temblor sin fin:
Golondrina...
...londrina...
...ondrin...
...ndrin...
...drin...
...rin...
...in...
...n...
Pero las campanas no poseían su voz de otras épocas. El lego que oficiaba de sacristán envejeció á la cuenta, ó bien lo turbaban aquellos diablos de insurgentes. Anacrónicos apeldes volábanse á veces de las torres. Otras, llamadas sin motivo, repiques á deshora; la queda repetida hasta tres veces durante una noche... Y no existiendo en el convento otra persona que el sacristán, el asunto ahí permanecía.
A la aproximación del godo, los frailes emigraron en compañía de los vecinos que partieron en masa. Sólo el anciano aquél había resistido, dándole por anacoreta de un momento a otro.
Abandonar el convento en tal emergencia?... No faltaba más! ¿Y la naveta de su patrón san Francisco? Los demás se fueran cuando quisiesen. Él