se quedaba, y con su sayal de picote y su vejez trataría de catequizar á la soldadesca.
Consintieron. Mas, devoción tan repentina por el claustro, preocupó á los frailes.
Ese hermano nunca se había distinguido por recoleto. Susurrábase de él más de un percance con circunflexiones de aventura; y hasta se decía que entre los "agregados" al convento, rodaba tal mocetón coya parecido á él por demás.
La crónica arrabalera atribuíale más de una cuarteta asaz seglar; algún revés maestro en las tremolinas de media noche; y una fama de bebedor que oscurecía las mejores, cuando le hacía pata ancha á un porrón hasta destriparlo en un par de obligos.
Sin embargo, los años redujéronlo poco á poco, y todos aquellos descarríos quedaron para sus excursiones afuera; pues mansionario sólo por tiempos, mandábanlo á gallofear habitualmente, al hombro la alforja y frangollando jaculatorias bajo su sombrerote de palma.
Ambagioso en grado sumo con sus limosnas, apenas entre los muy maulas recurría al medio heroico de una parrandita para remover corazones y aflojar bolsillos. La intención justificaba el desaguisado; y á la postre, regresaba con sus buenos patacones y su alforja rebosando cera, garapiñas, huevos duros teñidos de morado y rojo...