paisano. Sobre su frente la brisa desordenaba algunas mechas. Su brazo permaneció inmóvil todavía un instante...
Las narices de la bestia henchíanse de vibraciones sonoras; sus corvejones se estremecían. Del lacio belfo desprendiose una hebra de baba. Por último, con movimiento imperceptible, su cogote cedió; dobláronse sus rodillas, de golpe hincaron en tierra. Un rumor de aplauso, otro repique, y el cortejo siguió, mientras él retenía su mula ardidos de triunfo los ojos y coronados de tiritantes cabellos la frente. Así se mantuvo hasta que todos desfilaron sin un pestañeo; y desde el siguiente día, descubierta su vocación conventual por ese incidente, los monjes adquirieron otro hermano.
Su conducta y su rudeza obstáronle los votos, motivando también su sacristanía, único puesto de que se lo consideró capaz. Con todo, creía de veras y aun llegaba á fanático. Su benevolencia, proveniente de su bravura, reservaba predilecciones para los niños y los ingenuos. Nunca faltaban una alcorza en el bolsillo de su manga ni un consuelo en sus labios. Si no confesaba, atendía consultas espirituales; y para que no se le olvidasen los pecados á algún penitente remiso, enumerábalos en un contal, á culpa por nudo, más ó menos gordo según la gravedad...