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TALIÓN

— Chiiit!...

En ese momento una calandria preludió allá cerca su canto.

Primeramente fue un trino de pichón friolero; después un largo silbo, poco á poco entrecortado; después pastosos cloqueos, bullas de agua locuaz en el buche; un airoso guirigay que parodiaba la polifonía del bosque; silbos otra vez, otra vez lastimeros píos; hidráulicos tecleos y de golpe, en efusivo convólvulo, un gorjeo clarísimo remontado por caudalosas escalas.

Al firmamento que emblanquecía mitigando sus estrellas, trovaba su himno el ave. Enajenada en lírico arrebato su alma ascendía á la aurora como una llamita. Ufanábase en la etérea inhebración de las alturas, en el delirio de mecerse por la extensión cuando se arrebola con claridades lejanas el horizonte más allá del tiempo, más allá de la vida...

Vocalizaba, los idilios en el rastrojo, la juvenil maternidad en el arbusto, la inquietud por los huevecillos que el ala protege, con apasionada ternura, cual si modulase en la punta de su pico su pequeño corazón. Tal una jaculatoria que el mundo tributase al día, flotaba sobre las tinieblas, hija del sol, para verlo primero, en un éxtasis musical de inconmensurable altura, saludando á la inmensidad.

Expresaba el despertamiento de las cumbres, la