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LA GUERRA GAUCHA

inquietud de las arboledas que se matizarían de aurora, la iluminación de las nieves, el efímero encanto de las nieblas en evaporaciones lilas cual una corporización de suspiros; alborozándose con los júbilos de la fertilidad bajo las frescuras de la madrugada, cabiendo en su interpretación, tan flexible y delicada era, desde el rocío que irisa en el césped sus mil ojillos de cristal, hasta el aroma inmenso de la montaña.

Trinaba con nuevo brío la acerada cuerda de la canción. En continuidad de vena líquida rizábase su raudal, mientras más bajo armonizaba tenues contactos de caireles. Ensalzaba las vigorosas labores: las siembras con sus copulativas temperaturas, las corridas por el páramo escueto donde se aterían las carnes y se acendraba el vigor — la misma guerra con sus heridas que exhalaban á los espíritus como brasas coronadas de incienso...

El gaucho escuchaba y se conmovía. Allá cerca de su rancho, tenía ella un nido de calandrias cuyos pichones proponíase criar...

Y aquel canto semejante á un díctamo de leve dulzura, consolaba su soledad, mientras el alma de su tesoro desvanecíase en la pureza de la aurora.

Alboreaba. Frente á la puerta, el caballo pacía. Más lejos, circunvalando el paisaje, una loma azulábase lentamente, y sobre ese azul fluctuaba el pin-