por allá deberes; á esta mano angustias, á la otra miserias — como el viento las aristas todo lo aventaba su torbellino. Raía la tierra el galope de sus caballerías salteadoras; pero esa misma devastación exaltaba los heroísmos precursores.
Sin una queja, enaltecidos por la aceptación de la muerte, purificándose hasta el martirio por la gloria depuesta en el anónimo, entregaban á la sombra sus alientos, mecidas sus almas por el murmullo de la selva.
Aquel viejo que de pronto enloquecía en un desvarío de morir, y encambronándose al enemigo deshojaba en fendientes su resto de vigor. Aquel niño en cuyo pecho se denodaban tiernos enconos, embelleciendo con glorias de inocencia el sacrificio donde su gota de sangre era florecilla alegre sobre el seno de la patria. Aquella mujer que novia, ó madre, ó abuela, recluía bien adentro en las entrañas la memoria de sus muertos, no fuera á rebajar la pesadumbre los gozos de la victoria. Aquellas indiadas con su estupefacción de resucitado en las pupilas, sus jarretes trajinando de sol á sol leguas de páramo, su heroísmo que el combate transformaba en perseverante arrecife y la muerte en paciencia altiva: — todos, viejo, niño, mujer e indio espejábanse en él, cada cual representando una parte. Y cada amargura refundíase en su corazón;