ducta, ofendiéronlo hasta en lo más fútil, vituperándole igualmente, y á pesar del triunfo, su política y su táctica.
Enjambrar de sables los bosques, dispersando en partidas sus tropas para amuchigarlas á los ojos del español; suprimir casi las batallas, rindiendo más que por la lucha por el hambre: — era anarquía, ignorancia... y miedo!
Cobarde!... Ni eso le concedían — el denuedo. Pesaba sobre él pronóstico de muerte á la primera herida. Su voz gangosa, bastante lo evidenciaba.
Qué sobreviviría sin él del país, del gauchaje, de la victoria?...
Y en sus severos designios, mientras destinaba á los otros para la muerte, la patria lo obligó á la vida.
En las hutas del bosque, en las cuevas de la montaña, sacrificando quién sabe qué fervores en el corazón, con qué nostalgias del acero nublándole los ojos, él sobrellevaba la acción de sus miles de hombres.
No importaba! Ambicionando glorias más puras, la veneración de su pueblo brindábale proféticas vindicaciones. Presagiaba en futuros apogeos la exaltación de su hazaña. Mas, no se complugo en aquella guerra por la gloria ni por el renombre, sino al amor de la libertad que lo prendara, embriagándolo con su vino austero.