Allá lo publicaban, chuceados implacablemente, los godos. A espaldas del caudillo deliberaba la Constituyente, atenido el país entero á la fe de la provincia desgarrada. Nunca se la apropiaría el rey, nunca después de tal escarmiento! Avisaban desde el Alto Perú, nuevas de La Madrid: Tarija capitulaba, los realistas copados por semejante operación, las tribus insurgiendo otra vez. Y un rumor todavía más grande: San Martín en Chile!...
Así, mientras la patria se debatía por dentro, al par recortada sobre el patrón unitario de sus doctores y plasmada en el crisol de los motines por el instinto federal de su caudillaje; mientras la nacionalidad pretendía su destino en deshecha borrasca, los ejércitos de la Revolución, como otros tantos raudales escapados al apego de su montaña, perecían desterrados en su propio triunfo, sobre tierra extraña ó calumniados en la propia, pero certificando de tal modo al porvenir una herencia de naciones.
Encumbrábase en la frente del caudillo un solemne orgullo. Incensábanlo con la frescura del día vigorosos aromas. El eco repercutía detonaciones de combate y explosivos relinchos de charanga.