Y lo canturreaban definiendo su gula en un tesón de borrachera. Sangrientas binzas estriaban los ojos; el sueño apretaba los párpados como una faja de arena, pero ninguno se rendía; eso deshonraba. Atrofiándose con progresivas libaciones, discernían menos cada vez. Acedábanse sus axilas; nadaban en sus cráneos las ideas como cuajarones de sangre. Embrutecidos por el alcohol y por la lucha, algo feroz les afieraba el empaque; pero sus almas eran de una vasta simplicidad como las de los bueyes, y aun en aquella hora de orgía babeaban sonrisas de bondad.
De rato en rato uno invitaba:
—Tomo y obligo!
—Pago! mantenía el interpelado; y cada uno se racionaba un botijo.
Así proponiendo y retrucando brindis, emulaban el día entero entre escancias y obligos. El silencio se ensimismaba progresivamente bajo los chambergos. Las vidalitas incoherentes de las primeras horas, las tremolinas pronto apaciguadas con apelaciones á la familia y á la amistad, expiraban en lóbrega hurañía. La borrasca traqueó inútilmente su trifulca sobre ellos.
Hubo un instante de horror en esa taciturnidad de beodos. El pulpero, á quien acosaban recuerdos de su mujer fallecida poco antes, ululó un sollozo