Canción no se oía á la hora de la muerte. Mas, si semejante conducta importaba un sacrilegio, él la remediaría; y la voz de la patria levantaríase sobre aquellas cumbres llevándose a la gloria espíritus y fervores.
Esa misma noche se realizó la escena. Los hombres, de pie ante el fogón, atendían; y cuando el viejo entonó las primeras palabras, instintivamente, como ante una presencia superior, se descubrieron. La llama a pincelazos bruscos iluminábales las barbas. Cabizbajos cual si los rozara un aire del otro mundo, cruzadas las manos sobre el tirador, escucharon en silencio. Las fisonomías permanecieron impasibles, pero poco después una voz pensó en la sombra:
—Parece un rezo!...
El capitán se inspiró. Enseñarles la marcha, creándose una banda de tragaderos que reemplazaran al ausente clarín. Formar con el último verso del coro el estribillo de la victoria y la antífona del peligro. Así redimiría su pecado de lesa patria, sustituyendo con el himno sus vidalitas baladíes. Bronco un tanto, quizá aquello beligeraría como un arma.
Y qué colaboraciones! Bordarlo á lanzadas, ritmarlo á sable, con la galopada tierra por tambor y los jarretes por baquetas. Cargas de hierro y