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JURAMENTO

vocando un desenlace. Viva el rey! y todo concluía con un degüello.

Pero, y ella? Ella?... ¡Se resarcía de sus pociones, de sus fundas con encajes, entregándolo imbele á los peones y á los perros! Bien lo presumió cuando lo invitara al paseo. Reía y reía. Gozaba de antemano con su ira ante las cantaletas de la servidumbre...

Lágrimas más bien de dolor que de ira le escaldaron los ojos redoblando su cólera. Ya no se acriminaba tan sólo; se despreciaba. Necio! ¿No se sorprendía paliando cobardemente la hipocresía de la pérfida? Y su indignación rebufaba otra vez.

Hermosísimo! Un oficial del rey convertido en monigote del gauchaje! Pero esa misma noche, esa misma, acababa todo.

La señora se excusó de la cena aquella noche.

Semejante contratiempo exaltó su furia. Temía sus reproches, por eso se esquivaba. ¿Mas qué de extraño en todo ello?... Y deseaba tanto verla, no por verla, no, sino por aplastarla con su altivez decidiendo su destino, que casi le manda recado á pesar de la afectada indisposición.

En fin, un sacrificio más por sus convicciones y su deber.

Por instantes la pena se exacerbaba de ironía. Prisionero... Prisionero de una mujer! Cuánta mengua! ¿No parecía un romance caballeresco —