Página:La ilustración española y americana 1870.pdf/46

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anticipadas, ni descontará el 10 por 100 á los empleados, y pagará los intereses de la deuda con desahogo; esta alegría, repito, la ha acibarado la política.

—No crean ustedes eso, han dicho en los inofensivos pueblos que se preparaban á llenar las vacantes de la Asamblea los enemigos de los candidatos ministeriales: la noticiase ha divulgado para quitar fuerza á las oposiciones. Las barras de plata y de oro serían la panacea del gobierno, el pais creería en él y le daria representantes sumisos y bonachones.

No es posible llevar mas allá el espíritu de oposición.

Es positivo, sin embargo, que llegaron á la bahía de Vigo doce ó trece galeones cargados de oro y plata y que el jefe de aquella escuadra los echó á pico prefiriendo que el mar tragase aquellas riquezas á que las usurpasen los enemigos que amenazaban á la escuadra; es positivo también que se ha formado una sociedad para arrancar al mar estas riquezas que de nada lo sirven y pueden hacer dichosos en la tierra á algunos mortales, y lo es, por último, que aprovechando aparatos que revelan los adelantos de la ciencia han comenzado los buzos tan arriesgada esploracion con buen éxito hasta ahora, lo cual es una alegría para el gobierno por el tanto por ciento de beneficio que esta operación financiero-submarina ha de reportarle y una esperanza para los que están interesados en que el presupuesto de ingresos se ponga de buen año.

Pero no por eso han dejado los enemigos de la situación de aprovechar la coyuntura de disuadir á los ilusos.

El resultado de las elecciones que se han verificado estos dias es un dato elocuente de las hondas divisiones que los partidos tienen abiertas en España.

En Madrid, á Dios gracias, los electores han podido considerarse bajo dos aspectos: los indiferentes y los disciplinados.

Mas de treinta mil electores se han dicho:

—A mí quién me manda meterme en nombrar diputado: lo mismo son unos que otros. Pago contribución á los negros y á los blancos: cuando me toca el turno, por la puerta ó por la alcantarilla me roban aunque contribuyo á sostener una ronda subterránea y un cuerpo de agentes de orden público; antes pagaba los consumos al gobierno y ahora se los pago á los vendedores y por añadidura tengo en espectativa el pago de unos cuantos arbitrios. Además, si voy al colegio electoral, puedo adquirirme enemigos entre los de mi barrio: á un mismo tiempo me darán la candidatura monárquica, la tradicionalista y la republicana: si pudiera echar las tres en la urna, pase ¿pero cómo echo una y guardo dos sin que me vean los individuos de la mesa y los muñidores del barrio?... Nada... nada... en casita y que se las arreglen como puedan los que lo han enredado.

Mentira parece que se hayan derramado en lo que va de siglo mares de sangre, que se hayan gastado millares de quintales de pólvora y de balas por conquistar el sufragio universal, y que al tenerlo le miren con indiferencia la mitad de los españoles.

Lo mismo sucede á los niños con los juguetes: mientras los ven en el escaparate de un bazar ó en poder de otro párvulo, los codician, lloran por ellos, son capaces de hacer una diablura por alcanzarlos; pero en cuanto los tienen ó los desprecian ó los rompen haciéndose acreedores, como los electores indiferentes, á unos cuantos azotes.

Entre los que votan, los suele haber que más valia que no votaran.

—Buenos dias, maestro, preguntan á un honrado industrial... ¿por quién va usted á volar?

—No lo sé todavía.

—Vote usted al candidato del gobierno.

—¿Si me diera un destinillo para mi yerno?

—Eso es difícil.

—Entonces voy á votar por los republicanos.

—Pero ¿no es usted monárquico?

—Sí, señor, ya se ve que lo soy, como que calzaba al principe Adalberto... ¡vaya un píe que tenia! media vara justa; pero el candidato de los monárquicos no me gusta, vivió algún tiempo cerca de mi casa y no me saludaba al pasar, y el de los republicanos, hizo un dia en un teatro casero un papel en una comedia, y me gustó tanto, que le voy á dar mi sufragio.

Otro señor, que hace dos meses formaba parle de un club terrorista, vota por los monárquicos porque le han dado un destino y se ha hecho conservador.

—Sin órden, dice á todo el mundo, no hay libertad.

Por último, otro de los tipos del elector va á describírnoslo una fresca y rolliza tabernera que el dia primero de las elecciones decía á uno de sus parroquianos:

—¿Ha votado usted ya?

—No.

—Pues vote usted y no haga lo que mi difunto marido, que esté en gloria.

—¿Qué es lo que hacia el señor Colás?

—Qué habia de hacer... iba á votar y preguntaba... «¿Quién tiene mayoría?»—Fulano, contestaban. — «Pues por ese voto yo.»

En Madrid han transcurrido pacíficamente las operaciones electorales: no ha pasado lo mismo en algunas provincias, en donde ha habido tiros, escaramuzas, abusos, coacciones, etc., etc.

¡Pobres pueblos! Si los comerciantes españoles fueran tan hábiles como los franceses; llevarían telas de luto á los pueblos próximos a votar diputados.

El negocio seria seguro.

Pero consolémonos, mientras por esas provincias de Dios la política hace de las suyas en Madrid, se divierte la elegante sociedad acudiendo al lago que ha mandado formar en el Retiro nuestro bondadoso Ayuntamiento, á ver patinar á los más distinguidos jóvenes de la aristocracia española.

El frió que interrumpe las vías, que mata en las montañas á los pastores, que condena á la mas espantosa miseria á los pobres de las aldeas y de los despoblados apenas desciende del Guadarrama y entra en la ex-córte, adula á los afortunados, conquista al ayuntamiento, inspira á los jóvenes el espíritu de asociación, forma el veloz-club, lleva á las bellas madrileñas al Retiro y les ofrece el espectáculo de las rápidas carreras sobre el hielo de los mas apuestos dandys, carreras que terminan á veces con un gracioso resbalón, resbalón que hace asomar á los labios de las elegantes espectadoras una sonrisa encantadora.

Por las noches actores y espectadores de esta comedia que podemos titular El Frio, se reparten en el Teatro Español, en los Bufos, en Lope de Rueda ó en la Opera.

No pocos acuden á los brillantísimos salones de la Regencia; estos dias sin embargo permanecen cerrados para quitar á los padres de la patria un pretesto de no asistir á la Asamblea á discutir los presupuestos de su hija.

Por último, de vez en cuando se abren otros salones, y allí, deslumhrados los ojos por el resplandor de millares de bugías, fascinada la imaginación por el lujo, la riqueza y la hermosura que presentan las damas, tienen derecho los afortunados que asisten á estas fiestas para creer que viven en un pais organizado, tranquilo y venturoso.

No sucede lo mismo á los que deseosos de hacer un saludable ejercicio salen á pasear los domingos por los alrededores de Madrid y especialmente por las Vistillas.

Es lo más fácil ir á buscar el sol y ver las estrellas.

Con efecto, los jóvenes habitantes de aquel populoso barrio no pudiendo. tomar parte todavía en las luchas políticas, se ensayan: declaran la guerra durante la semana á los jóvenes de otros barrios, se citan para los domingos, se proveen de piedras y arman batallas, de las que resultan muchos descalabrados, algunos por equivocación.

Creo que seria muy útil para esos belicosos jóvenes, que la autoridad evitase sus desahogos; porque si bien es cierto que disfrutamos de muchas libertades, sospecho que podemos pasarnos sin la libertad de romper la cabeza á los que salgan á tomar el sol los domingos y acierten á pasar por las Vistillas.

No es sólo en Madrid donde vivimos un si es no es espuestos: nuevas y abundantes nevadas han interceptado estos dias algunas líneas férreas, han impedido á algunos electores montañeses ejercitarse en el sufragio, y por último en Barcelona se ha esperimentado un temblor de tierra que puso en cuidado, no sin fundamento, á los honrados y laboriosos habitantes de aquella hermosa ciudad.

Nada diré de los robos que se han cometido recientemente en Madrid; pasan de diez ó doce los que se han llevado á cabo en los cuatro dias que han seguido al anuncio de la llegada de un tercio de la guardia civil destinada á limpiar la descoronada villa de salteadores.

Yo presumo que este crecido número de casos habrá obedecido en los ladrones á la idea de aprovechar el tiempo antes de que les quiten la ocasion.

En Avila, en la pacífica ciudad de Avila, ha tenido lugar un drama que sin las elecciones que han absorbido la atención de todos, hubiera despertado una inmensa curiosidad.

En la esquina de la plaza de Santo Tomé, fue hallado un cadáver en la noche del viernes último.

Por el trage pareció al pronto un hombre: poco después se hacían grandes comentarios, porque se supo que el muerto era una mujer disfrazada con trage masculino, y por añadidura, esposa de un empleado muy conocido en la población.

Nada puedo añadir á estos datos: los tribunales buscan la clave de este enigma y debemos esperar a que la encuentren.

Ya que de enigmas hablo, permítame el lector que califique de enigmática la situación actual, sobre todo después de las declaracionos hechas por el jefe del Gabinete, con motivo de la proposición formulada por los republicanos pidiendo á la Asamblea la esclusion de todos los Borbones para el trono.

Y por cierto que esta sesión fue animada en estremo: desde las seis de la mañana habia gente esperando á que se abriese la tribuna pública. Empleados, banqueros, señores, señoritas, todo Madrid salíó de sus casillas y renunció al hermoso sol que hacia, por asistir á la dramática sesión en que Castelar iba á poner en un aprieto al ministerio.

Yo no asistí; pero pasé por delante del palacio de la representación nacional al mismo tiempo que dos ancianos:

—Que animación hay esta tarde, dijo uno de ellos.

—Ya se conoce, contestó el otro, que no van á tratar de presupuestos.

Esta frase es una sentencia y una verdad.

Los presupuestos que entrañan por decirlo asi nuestra fortuna, nuestro bienestar ¡qué importan! Lo que interesa es ver cómo se pone en un conflicto á un gobierno, cómo se obliga á decir al jefe de un Gabinete:

—Somos ocho ministros y entre los ocho tenemos tres opiniones sobre la cuestión de rey, lo cual prueba que no es ó por lo menos no debe ser cuestión de Gabinete, puesto que si lo fuera, lo que hablamos en los Consejos se parecería a la música de Wagner, que no la entiende ni su mismo autor. De los ocho uno y ese soy yo, opina que el rey que debe venir á España, es el que elija la mayoría de la Asamblea; otro, que es el señor Topete, cree que el mejor candidato es el duque de Montpensier, y los seis restantes no creen nada.

Estas elevadas palabras traducidas al lenguaje vulgar, al lenguaje de los simples mortales, quieren decir:

—¡Oh! vosotros los que esperabais ver en breve constituí do el pais, renunciad por ahora á ese artículo que creéis de primera necesidad y que no es ni mas ni menos que artículo de lujo; renunciad comerciantes á poner en vuestras muestras proveedores de S. M.... X,—pongo X porque es la incógnita,—pasad el año 70 como habéis pasado el 69, que francamente no se ha pasado del todo mal. El dia en que queramos soluciones definitivas, habrá disensiones, habrá luchas, ¡y la paz es tan hermosa!

Declaro que por mi parte juzgo este modo de pensar muy cómodo y muy prudente; pero también declaro que si continuamos mucho tiempo asi en el aire, vamos á oscurecer la fama de Leotard, los españoles.

No hay mejor medio de consolarse cuando uno sufre, que tender los ojos en torno suyo: de seguro halla uno desdichas más grandes que las que esperimenta.

No vayamos á Rusia, donde la enfermedad del czar es una amenaza al actual órden de cosas en aquel pais; no vayamos á Austria donde los Estados que formn el imperio viven como vecinos de mal humor, en Francia mismo tenemos el consuelo que necesitamos.

En la capital del mundo civilizado se ha enredado de tal modo la madeja, que va á ser necesario cortarla.

Todas las formas, mejor dicho, todos los matices de la democracia luchan con todas las sutilezas del imperio.

Y sin embargo yo, acá para entre nosotros, he llegado á figurarme una cosa. Voy á decirla en confianza.

En mi opinión, Napoleón conoce á los franceses.

—La monotonía les mata, se ha dicho; llevan ya muchos años de gobierno personal; necesitan mudar de horizontes y son capaces por la novedad de hacerse socialistas basta los mas ricos propietarios. ¿Qué hacer? Una cosa muy sencilla, alterar su monotonía. Vamos á dar un poquito de libertad á los bullangueros; alborotarán, ti dos los que tienen algo que perder se llenarán de pavor, volverán los ojos á mí, me haré de rogar, y los mismos ciudadanos aburridos me prestarán su ayuda para atacar á los revoltosos.

Este cálculo puede salir bien y salir mal: de cualquier modo es jugar con fuego.

Yo creo que entre la libertad y la licencia hay un límite que jamás traspasan los pueblos bien educados, los pueblos sensatos.

Y fomentar la licencia para hallar un pretesto de quitar la libertad, es una operación que requiere... no habilidad, sino un para-caidas.

El mejor consejero de los reyes es la buena fe.

Querría para terminar esta crónica, decir algo agradable.

Nada mas fácil, volviendo los ojos á Cuba.

Las últimas noticias indican que el ramo de oliva empieza á fructificar al lado de las palmeras y de las cañas.