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maldita mujer, dijo Gabriela: ha ido a un negocio del matadero a Madrid, y no volverá hasta pasado mañana.

—¿Pero qué mujer es esa?

—¡Esa coja! ¡esa vieja! ¡esa bruja!

— ¡No te entiendo!

—¡La de la casa de la Enramadilla!

—¡Ah, pues no sé!

—¡Con que no sabes! exclamó con irritación, Gabriela.

—¡Te juro!...

—¿Quién cree en juramentos? ¿cómo puedo yo creer en ellos... yo que be fallado á juramentos hechos ante Dios?... ¡tienes razón en despreciarme, porque la mala mujer que deshonra su familia, no merece más que desprecio!... ¡pero no te cases, Estéban, no te cases, porque tu mujer te engañará como yo he engañado á mi marido, y el amigo que te dé la mano, te ultrajará como tú has ultrajado á Juan.

Esteban se extremenció: le pareció que Dios airado le hablaba por la boca de Gabriela.

—Yo no entiendo nada de esto, dijo rehaciéndose.

Gabriela miró profundamente á Estéban: pero este habia recobrado su sangre fria y su semblante se habia hecho impenetrable.

Una expresión de esperanza apareció en los bellos ojos de la Buena Moza de Alcorcon, y sus lágrimas se secaron.

Se sentó fatigada en la piedra: Estéban se sentó á sus pies.

—Esta mañana, dijo ella, me encontré de repente en la huerta con la Forastera de la Enramadilla, que me saludó muy cumplidamente, y me dijo:

—Señora, yo necesito informes acerca de una persona del pueblo, y como es natural he ido á ver al alcalde: no estaba allí; pero estaba la alcaldesa y era igual: la alcaldesa me dijo cuando supo de quien se trataba: Los que pueden dar á usted excelentes informes acerca de esa persona, son don Juan, el de la Huerta grande y su mujer, que son muy amigos suyos, ¿entiendes? Mi marido y yo podíamos dar muy buenos informes de ti, porque de tí era de quien se trataba.

Gabriela habia marcado enérgicamente su acento en las palabras que hemos puesto en bastardilla.

—¿Y á propósito de qué se trataba de mí? preguntó con una admirable calma Estéban.

—No lo sé, contestó Gabriela, porque no llegó el caso de esplicarse: cuando esa maldita me dijo que era de tí de quien necesitaba informes, yo lo adiviné todo: «él quiere á la Morena de la Enramadilla, me dije, y la ha pedido a su tia.»— Me puse, mala, me extremeci toda, se me llenaron los ojos de lágrimas, y esa condenada me dijo:— «¡Ya sé! ¡ya sé! usted acaba de darme todos los informes que necesito! ¡ahora comprendo por qué la alcaldesa me ha enviado aquí.»—Y se fué.

—¡Pero esto es horrible! exclamó Estéban realmente impresionado.

—¡Sí, sí, horrible! exclamó llorando Gabriela: ¡nos han acechado! ¡lo saben todo! ¡todo el pueblo lo sabe! ¡mañana lo sabrá él, y cuando él lo sepa!... ¡sálvame, Estéban: sálvame, tú que me has perdido! ¡yo me muero de vergüenza! ¡yo no me atrevo á ir al pueblo! ¡olvida á esa mujer! ¡vámonos de aquí! ¡yo tengo dinero!... ¡en otra parte no me conocerán! ¡en otra parte no tendré miedo de que él me mate!

Las consecuencias de su falta caian sobre Estéban y le aniquilaban: hizo cuanto pudo para calmar á Gabriela, la juró consagrarse a ella, apagar las murmuraciones, y en último resultado huir con ella.

Era ya muy tarde cuando se volvieron ella á su huerta, él al pueblo. Apenas habían desaparecido, cuando un hombre alto y rígido, en cuyo semblante dejaba ver la luna una expresión espantosa, se levantó de entre la maleza á poca distancia del lugar donde habían estado sentados los dos amantes.

Aquel hombre era Juan el Pintado.

—¿Con que era cierto? exclamó con voz reconcentrada, terrible: ¡pues bien yo me vengaré como no se ha vengado nadie todavía!

Luego salió de entre los paredones, adelantó por un sendero, se metió en una espesura, desató un caballo que allí habia, ganó la carretera, y se alejó al galope hacia Madrid.

(Se continuará.)

M. Fernandez Y González.


PUERTA DE HIERRO ADQUIRIDA POR LA CIUDAD DE BUENOS-AIRES.


INDUSTRIA Y ARTE.

TRABAJOS EN HIERRO.

Entre las obras mas acabadas de la ferretería moderna merece muy particular mención la puerta monumental, cuyo diseño reproducimos en esta plana.

Esta magnífica puerta, recientemente construida por cuenta del gobierno de Buenos-Aires en los talleres de Mr. Bernard Bishop y Bernardo de Norwích, está siendo objeto de la admiración general, pues todo el mundo conviene en que por sus bellas y atrevidas proporciones y sus caprichosas al par que delicadas labores, puede muy bien considerarse como la obra más perfecta de su clase.

El gobierno de Buenos-Aires, satisfecho de la obra de Mr. Bernard, que es el autor del diseño, se ha decidido á realizar un proyecto que ha de dar grande impulso á esta importante clase de trabajos, pues se propone cercar la capital de la república con una verja de hierro, colocando "de trecho en trecho otras puertas monumentales de hierro, cuyos dibujos está encargada de trazar la misma casa constructora.

Nosotros deseando dar á conocer los adelantos, no solo de las ciencias y las letras sino de las artes mecánicas, nos complacemos en reproducir una obra que es un producto acabado del arte y de la industria modernos.