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SANTUARIOS MONTAÑESES.

SANTA MARIA DE YERMO.

La traición por sí sola no derriba Estados, pero consume en breves momentos la mina de aquellos que traen mortalmente herido el corazón por añejas dolencias interiores. El traidor parece al gusano que roe la postrera fibra sana de un árbol dañado y hueco, tumbándole súbitamente al suelo, y sorprendiendo con la inesperada caida á cuantos se liaban de la embustera lozanía del ramaje.

Volcado el tronco, aparece su interior podredumbre; la carcoma que se guarecía de las roidas entrañas esponja, cunde y derrama sus enjambres sobre la corteza sin dejar átomo de madera vago de sus taladros devoradores. Y el intervalo transcurrido desde la caida á la desaparición completa, es apenas apreciable, comparado al tiempo de vida opulenta, magnifica y dilatada que la planta tuvo.

Asi hubo de suceder, cuando en el breve término de dos años, después de una reñida batalla y de la desgraciada resistencia de algunas ciudades, la monarquía goda pereció sobre la tierra española, dejándose á los moros para asiento de sus califatos y gobiernos, y cuna y patria de nuevas razas de su oriental estirpe.

Hubiese ó no un conde don Julián tan desventurado que vendiera su buena lama para satisfacerse de regios agravios; fueran muchos ó pocos los parciales de antemano ganados por los astutos invasores; hallasen mas ó menos esplicita ayuda en la gente hebrea, esperanzada de mayores logros bajo su dominio que bajo el código de Eurico y la política suspicaz ocasionada á violencias de sus sucesores; la felonía de un prócer, la deserción de los descontentos, el socorro y favor de los judíos, hubieran cuando mas abierto campo á guerras civiles desastrosas y largas, nunca bastado á precipitar con tan asombrosa rapidez y estrago un trono secular y seculares instituciones, si en su trabajado seno no anidasen gérmenes maléficos.

El mas activo y pernicioso de ellos era su sistema electivo de sucesión á la corona, perpétua ocasión de banderias y cebo de ambiciosos, que no desanimados por un revés mantenían durante la vida del rival favorecido conjuraciones y manejos, imposibilitando la perfecta quietud del Estado y su ranca prosperidad y afianzamiento.

Mas a menudo que de la conciencia irresistible del propio valor ó de la vocación fatal y legítima, nacen las ambiciones políticas del ejemplo funesto de otras que lograron ser satisfechas contra toda razón y justicia; y la soberbia pretensión al regimiento y guia de los hombres, el ansia de poderío se fomentan con ciegas é interesadas comparaciones de calidades entre los que le gozan y los que le solicitan.

Las pasiones personales del príncipe, sus alianzas anteriores á la posesión del cetro, deudas de sangre, de afecto ó de gratitud, imponiéndose á la ley común, encaminando á particulares fines las regias providencias, poblaban luego de descontentos las provincias y aun las gradas mismas de trono; unianseles los ingratos, numerosos siempre, ya por no juzgar bien pagados sus merecimientos, ya por haber conseguido cuanto esperaban abriendo el ánimo á nuevas tentaciones, asi el estado constante de la monarquía visigoda fue el de conspiración ó guerra civil, y el fin de la mayor parte de sus monarcas violento y cruel, sin que virtudes ni glorias les abroquelasen contra la mano artera del conjurado.

El espectáculo de la autoridad disputada y combatida e pernicioso para el pueblo cuyo corazón mina, quebrantando los arraigados fundamentos del respeto; y sin embargo, tan hondos y fuertes son sus instintos de obediencia y sumisión que cuando por alguna catástrofe repentina vé inesperadamente desmoronarse y hundirse aquella autoridad con el cimiento de leyes sobre que descansaba, permanece en los primeros instantes asombrado, irresoluto, dudoso, callado y confuso entre sus dos peligros constantes é inminentes, la ignorancia de su fuerza y la presunción de su entendimiento.

Entonces, y cuando comienza á hervir su mansa energía próxima á trocarse en desapoderada furia, entonces precisa arrancarle al riesgo de su mayor desventura, á la servidumbre de si propio, apoderándose de su corazón ardiente con una de las dos fuerzas únicas que le seducen, le dominan y le absorben, religión ó gloria.

Es preciso, dice un brioso publicista francés, postrar de hinojos á la muchedumbre, ó guiarla al asalto. Congregado al pie del ara ó al pie de la bandera, traído á noble empleo de su fe robusta y su robusto brazo, al sacrificio que acaricia su generosidad ingénita, á la oración que satisface su inquietud constante de la vida, al azar que lisonjea lo que su naturaleza tiene de infantil y aventurero, á la caridad en fin que le muestra iguales ante los dolores del alma, ante las bendiciones del cielo, ante las armas enemigas, las heridas y la muerte, á grandes y pequeños, á pobres y ricos, á humildes y soberbios, siente, el pueblo su verdadera grandeza siente el imán del bien, el precio de la virtud practicable por lodos, no vedada á ninguno, ceñida de igual corona en la frente del sabio que en la del pobre de espíritu, premiada con idéntica satisfacción inmensa y viva dentro del alma vanagloriosa del jefe que en la sumisa y modesta del soldado.

Ara y bandera á un tiempo era para los españoles la cruz de su independencia levantada por un caudillo valeroso en los montes de Cantabria. Desaparecido su rey, muertos ó tornadizos sus magnates, vencidos y dispersos sus.soldados, el pueblo godo enflaquecido por el espanto, era aniquilado, sumiéndose entre la fuga, el destierro y la obediencia á la ley de su enemigo victorioso.—La rapidez de éste, su prestigio ensalzado por tradiciones y consejas, su intrépida arrogancia, su espeditiva justicia más á menudo feroz que misericordiosa , sus venganzas y castigos habian hecho del pueblo español otra Palestina desolada, triste, afligida de lágrimas, miserias y vergüenza: en todas parles reinaba el miedo envilecido; undique terror, según voz de Jeremías.

Reliquias de la primitiva raza indígena no esterminada por el romano, quedaban los montaraces cántabros inaccesibles á lodo afecto que no fuese el invencible amor á :u fragosa patria, y la fe recibida en los primeros tiempos de la predicación evangélica. Sus costumbres eran rudas y sencillas, su ánimo insuperable, su lealtad probada; entrado en los caminos de la guerra el cántabro, no tenia término dudoso; los seguia con perseverancia heroica basta encontrar al cabo de ellos la muerte ó la victoria. De tales soldados fue digno capitan Pelayo, vástago de la misma raza, acreditado de esfuerzo, y preservado por la fortaleza de su alma del vicio y la molicie que infamaban la corte de Rodrigo. A la sombra de tanto valor y tanta firmeza, prendas de redención gloriosa, se acogieron los godos, que mal avenidos con la ocupación sarracena, ó inquietados por ella, abandonaban sus hogares, ó emprendían regeneradora vida de armas, única lícita y decorosa ya al español honrado durante muchos siglos, fuera de la adoptada por varones de ciencia y santidad inclinados á ayudar al guerrero con la oración, á fortalecer al príncipe con el consejo, á escribir con ingénita pluma los anales de sus campañas rigorosas.

La monarquía asturiana, limitada y pobre, fue en la sucesión de los primeros reyes de la dinastia cantábrica, alcázar de refugio, fuente de consolación y esfuerzo, tesoro de ejemplos donde se guarecían los perseguidos, se curaban los tibios, se fortalecian los exhaustos por la tribulación ó la fatiga. Algunos prelados de la ocupada tierra, abandonados de su grey maltratada y dispersa, acudían á la merced de aquellos soberanos; y ensanchados éstos á Oriente y Mediodía por la constancia y fortuna de los primeros Alfonsos; pudieron dar estados é iglesia dentro de su reino cristiano á los fugitivos, que los poseyeron con titulo propio.

Otros, cuyas sedes habían prevalecido en medio de la ruina universal y subsistían como subsiste en el valle anegado la cruz del pobre humilladero, ó ya debilitados por la edad, ó más reciamente acosados por la persecución ó acobardados ante el martirio, se amparaban de la misma munificencia, pagando sus beneficios con fundaciones pias, restituidas luego en donaciones generosas al rey ó á la iglesia, cuando el fundador moria, ó cuando otra causa cerraba el plazo de su expatriacion y refugio.

De estos fue Ariulfo, arzobispo de Mérida, arrojado por los árabes de su metropolitana, acogido á Asturias, y hacendado en su territorio por Ramiro, primero de este nombre (años 842-850). Cierto Severino ó Severo, obispo de Baeza, desterrado también, participó de las mercedes de aquel rey, uno de los más insignes de la dinastía cantábrica, á quien llama con enfático apodo el viejo cronicón de Albelda, virga justitiœ, vara de justicia.

Unidos en la gratitud y en el devoto uso de sus bienes como habian andado unidos en el regio favor, ambos pastores los emplearon en fundar un monasterio, bajo la advocación de Santa María, al cual dieron apellido del Yermo , sin duda por la soledad y aspereza de los parajes elegidos para su asiento.

El benedictino Argaiz buscando eslos sil ios divaga de interpretación en interpretación, y recorre la región cantábrica desde las marinas de. Trasmiera hasta la raya de Asturias y Galicia, pero el señalamiento de los términos y aledaños del monasterio y sus pertenencias, hecho en un instrumento coetáneo que conserva la noticia de su fundación y posterior deslino, permite establecerlos donde todavía perseveran, con el nombre del santuario, los de sus cotos, límites y amojonamiento, en la cuenca del turbulento Besaya.

Muerto Ramiro, el generoso paladín, cuyo esfuerzo premia la tradición prestándole el intento de abolir el inicuo tríbulo concertado con Mauregato, ciñendo á su frente los laureles de Clavijo, poniendo entre su corona las palmas de la misteriosa intervención del cielo, heredóle su hijo Ordoño. En el año tercero de esle reinado (853) Adulfo y Severo, por escritura en forma signada del rey y de ocho prelados testigos, hicieron cesión completa á la real basílica de San Salvador de Oviedo de varias iglesias y heredades suyas situadas en aquellas partes de ambas Asturias, en cuyo número se halla Santa María del Yermo y sus pertenencias [1].

Esta donación restituí iva precedía tal vez á la restauración de los donanles en sus desiertas sillas, pues años adelante en el de 802, un autor contemporáneo, el abad Sansón , cordobés, escribe de Adulfo como ocupante de la metropolitana emeritense.

Sean ó no acertadas estas conjeturas, ya fuese un sido sugeto, ya fuesen dos sucesivos los Ariulfos mencionados en Sansón y en la escritura, las cláusulas de esta parecen probar hasta la evidencia que su fundación corresponde á la actual Santa María del Yermo, venerable ermita, apenas perdonada por los años, blasón de la gente montañesa, que le atribuye inmemorial origen, y por consecuencia el primero y más antiguo lugar en la cronología de sus templos [2].

En Asturias, dice la carta de donación fundado el monasterio, en territorio de Camesa, en el valle llamado Quo; provincia y territorio conservaron hasta nuestros dias los mismos nombres y no está fuera de ellos el pueblo de Cóo; y si los límites puestos por los hombres á las tierras y dominios de su propiedad desaparecieron ó cambiaron, duran todavía y permanecen los creados por la naturaleza, las altas cordilleras y las corrientes aguas: por aquellas cercanías, murmuran ahora entre guijarros ó duermen bajo los alisos, enjutos y callados en verano, insolentes y crecidos en invierno Rucabado y Ropila, llamados en la baja latinidad del documento rirulum Quoto, y rieum de Pila; vecino está Bustillo á quien dió nombre el rivulus Bustelii, y la campana de Yermo llama á misa á los habitantes del barrio y puente de Rio Corvo, illum pontem de Rivo Curvo [3].

¿Será sin embargo el edificio que hoy subsiste contemporáneo de la fundación primera? No es fácil afirmarlo. Su área reducida, la sencillez de su traza, la pobreza de su ornato y aparejo recuerdan las iglesias primeras de la reconquista y las fundaciones de Naranco y Lino, obra del citado rey Ramiro; el arte, sin embargo, aunque rudo y balbuciente, muestra mayor unidad que en las iglesias asturianas, obedece á un tipo más acabado y concreto, no divaga tanto, es menos individualista y parece sugeto á cierta ley de tradición o escuela.

Su única nave de planta rectangular, se cierra á Poniente por un muro lleno, posteriormente reedificado con espadaña en el coronamiento; á Levante con un ábside semicírculo rematado en alero de piedra sobre canecillos esculpidos, y abre al Mediodía su único ingreso bajo dos arcos concéntricos apoyados en columnas cenceñas de capiteles historiados. Dentro del tímpano de esta puerta se ve representado en bárbaro relieve y más bárbaramente pintado de colores, el combate de un monstruo y un caballero armado; escena típica nunca omitida por aquel arte de transición, cuya vida por lo penosa é incierta interesa tanto como la de épocas más sosegadas y doctas por su esplendor y sus magnificencias. Esta escena reproducida en las antiquísimas iglesias asturianas, ha sido interpretada, merced á coincidencias históricas y á las formas dadas en algunos casos por el escultor á la fiera, como representación de la trágica muerte de Favila. ¿No pretende más bien, traducir el perpétuo símbolo cristiano, la lucha de la gracia y de la culpa, la terrible batalla referida en la visión apocalíptica, proelium magnum in coelo Miguel contra el dragón, la disciplina y la desobediencia, el arcángel y el réprobo?

Tales condiciones de forma, proporción y detalle, la labor de los capiteles donde evidentemente figuran Daniel y sus

  1. La inserta Bisco en el tomo 37 de la España Sagrada.
  2. Este título de respeto y gloria se lo disputa la iglesia de Viveda, situada legua y media al Norte á la otra parte del rio Saja, mas la piedra de consagración de esta segunda da una fecha posterior; la de 878. Hice la furiosa lápida:

    SACRE: TEMPLIOREE
    CORPS VIIIKIUNAS
    ERA IM:CCCCXVI.

    la célebre é interesantísima colegial de Santillana, a pesar de su osada inscripción que la supone fundada en el siglo IV, no ofrece vestigios visibles de construcción anteriores al XI.

  3. La escritura 32ª del libro de regla de Santillana da noticia de las iglesias de San Pedro y San Roman de Toporias cedidas á la Colegial en 843, (era 881; fundación igualmente de los monges refugiados, Recemiro & Betelo.