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El sistema que emplean para dar caza á los osos, es invariablemente el mismo. Uno de los cazadores procura llamar la atención de la fiera por medio de gesticulaciones y do gritos, siempre desde un barco, y cuando el oso va á lanzarse sobre él, un compañero que acecha, le clava el harpon.

Los viajeros europeos emplean escopetas cargadas con dos ó tres balas.

Nuestro grabado representa un paisaje del Polo Norte, y una verdadera lucha entre dos osos y siete cazadores.

En el fondo aparece la embarcación de los atrevidos viajeros.


EL CARNAVAL.

Creia yo que estábamos hace tiempo en pleno Carnaval, pero hoy abro el Almanaque y veo que el Carnaval no empieza hasta fines del mes; y como es de cajón hacer todos los años en todos los periódicos del mundo artículos referentes al Carnaval, por no perder tan buena costumbre, escribiré el mió, en el cual, si no digo nada nuevo, será ¡ porque no haya nada nuevo que decir de esos tres dias que dedica la gente joven á dar bromas y á recibirlas, y á loquear por esas calles y por esos salones de baile, gastando alegremente el dinero y la salud, y creyendo de buena fe que se divierte.

La juventud es una gran cosa: ser joven es lo que hay que ser en el mundo; la juventud es alegría, credulidad, confianza, y sobre todo esperanza. ¡Ay! permítanme ustedes que me ponga triste, aunque á ustedes les tendrá tan sin cuidado que me eche á llorar como que empiece á dar saltos y zapatetas de alegría; pero me acuerdo ahora de aquel tiempo en que yo también esperaba ansioso la venilla del Carnaval, y me pasaba las noches enteras buscando bromas en el salón del teatro Real, y aun me consideraba feliz si una máscara de buen trapío, que luego solía ser una vieja de todos los demonios, ó una fea de todos los diablos, me dispensaba el singular favor de aceptar una ración de jamón dulce y una copita de Jerez... Felices tiempos aquellos en que se iba uno como un cordero detrás de algún lobo ron falda negra y las enaguas por la cabeza, y no tenia inconveniente en mimar á alguna mamá monumental que, después de hacer muchos dengues en el ambigú y manifestar el delicado estado de su estómago, y que ella había sido siempre de poco comer, pedia una tortilla con patatas, una ración de ríñones bien hecho», y una chuleta á la parrilla, y á cada bocado que tomaba de tan sobria colación, preguntaba á los que la acompañábamos:

—¿Me hará daño?

Pasó aquel tiempo dichoso, y ya no me seduce ninguna máscara elegante, ni estoy dispuesto á pagar una indigestión á ninguna mamá voraz, ni me acostaría en mi regalado lecho, —regalado no, que me ha costado el dinero— media hora más tarde de lo acostumbrado por ir á esperar broma alguna, ni tonta ni discreta, en un baile de máscaras.

Pero, vaya usted á decir estas cosas á los jóvenes á quienes les arde la sangre en el cuerpo, que es donde arde siempre la sangre, mientras los sabios no dispongan otra cosa, y le dirán á usted que es un escéntrico, y un hombre sin gusto, y que eso consiste en que ya va usted para viejo.

Para viejos vamos todos, pero yo no lo soy todavía, gracias á Dios, y tampoco suelen ser los viejos los que tienen más formalidad, que viejos conozco yo que me doblan la edad, y no faltan á un baile de máscaras, y son capaces de gastar en el buffet un par de onzas con dos ó tres señoras que se rian de ellos, y acaso sus mujeres y sus hijos pasan las mayores privaciones. Estos viejos verdes que esperan el Carnaval, como si fueran colegiales ansiosos de un poco de libertad, me causan invencible repugnancia; los placeres son propios de la juventud, y los viejos, queriendo tomar parte también en esos placeres, me hacen el mismo efecto que los zánganos grandullones que quieren jugar al corro con las niñas de cinco ó seis años, en las noches de estio, allá en el salón del Prado, ó en los jardinillos de la plaza de Oriente.

Pero como en el mundo ha de haber de todo, bonito y feo, serio y ridiculo... los viejos verdes hacen perfectamente su papel de caricaturas vivientes para distracción de las personas formales.

El Carnaval en Madrid tiene pocos lances, y cada vez va teniendo menos, porque como todo el año es Carnaval, ya no ofrece novedad. ¿Qué más carnaval quieren ustedes que los mil y mil incidentes de la dichosa política?... ¿No les parecen á ustedes bromas superlativas las que dan los políticos levantiscos á los pueblos, los diputados tomando empleos á los electores, las sociedades de crédito á los imponentes, no pagándoles intereses y reduciéndoles el capital á la mas mínima espresion, y otras muchas que no cito, propias de esta sociedad compuesta de gente lista y de gente torpe, esplotada ésta y dominada por aquella en todas épocas y bajo todos los gobiernos habidos y por haber?...

El Carnaval, que cuatro dias al año sale á pasearse por las calles, es la cosa mas inocente del mundo, si se compara con el carnaval perpetuo que se celebra todo el año en los salones de conferencias de las Cortes, en los de los ministerios, en los clubs y comités políticos, y en las casas de los grandes arruinados, y en las de los pequeños que aspiran á engrandecerse; en todas partes, en fin, hay Carnaval todo el año, Carnaval lleno de incidentes y peripecias, saínete ó trajedia, lágrimas ó carcajadas, que el tiempo va acabando y renovando.

Pocos son los que pasan por este mundo sin llevar careta. El talento consiste en adivinar el carácter de la fisonomía que cada cual lleva debajo, pero casi vale más no tener esa segunda vista, y tomar á cada cual por lo que representa; asi se vive más engañado, pero también más tranquilo, y vayase lo uno por lo otro.

En tiempos ya pasados, las estudiantinas se componían, en efecto, de estudiantes, que con su traje habitual recorrían las calles cantando las coplas más donosas y haciendo prodigios con la pandereta, la vihuela y el violin. El producto de sus paseos por las calles se lo repartían equitativamente como buenos amigos, que á fe no estaban sobrados de recursos, y en el carnaval hallaban medios de renovar las medias, que ya se reían por todas partes, llenas de puntos y comas, que nada tenían de gramaticales, aun podían echar algún remiendo al manteo, comprar algún libro y escotar para la merienda en la pradera del Corregidor, si hacia buen tiempo, ó en la pastelería de Botín, si estaba metido en agua.

Todavía salen en estos dias de Carnaval las estudiantinas, pero contadas son las que se componen de estudiantes. Los estudiantes de hoy, sobre no tener necesidad como los de otros tiempos de reunir unos cuartos para alguna urgencia, tienen otros gastos y otras aficiones, y gustan más de un meeting contra algún funcionario que les parece poco liberal, ó en favor de algún catedrático cuyas ideas políticas les sean simpáticas, ó de una manifestación en este ó el otro sentido para hacer ver que, aunque están estudiando, ya saben ellos todo lo que hay que saber... Líbreme Dios de censurar la precocidad política, si se me permite la frase, que se advierte en la nueva generación; pero bueno seria que á la política no fuera sacrificada la ciencia, y que los años dichosos de la juventud, tan propios para el estudio, al estudio se consagraran preferentemente, que esto es lo que interesa á la patria, tan sobrada de hombres políticos que la hagan sufrir todo linaje de vicisitudes y peligros, y tan escasa de útil y verdadero progreso en las ciencias , en las letras y en todos los ramos del saber.

Alguna estudiantina hay, sin embargo, fiel á la tradición, que sale á la calle con tricornio y manteo; pero la mayoría de estas músicas ambulantes se compone de personas que nada tienen que ver con la Universidad, y ya no se limitan á las vihuelas, flautas, violines y panderetas, que tan buen efecto producen manejadas por manos hábiles, sino que también llevan instrumentos de viento, y algunas no llevan otros que éstos, dejando fácilmente adivinar que aquellos instrumentos son los mismos que durante todo el año, á las primeras horas de la noche, recorren las calles administrando, por vía de pláceme, unos cuantos trompetazos á toda persona conocida que celebra el santo de su nombre el dia siguiente.

Aun hay algún digno postulante de estudiantina, rival en travesura é ingenio de aquellos estudiantes endiablados que conocieron nuestros padres, y se luce diciendo á las muchachas bonitas, y aun á las feas, donaires y chistes decorosos, que hacen sonreír á las más formales y que dan por resultado un notable aumento en la cuestación. Seria muy feo que la mamá de una niña bonita, á quien un joven apuesto y bizarro ha ido diciendo galanterías cultas é ingeniosas durante cinco ó seis minutos, le dejase marchar sin darle siquiera... dos cuartos; pero estas estudiantinas elegantes y de buen género son las menos, como ya he indicado.

Los trajas de estas comparsas varían mucho: visten las unas de zuavos; otras de pierrots; otras de holandilla encarnada, traje de capricho; otras de valencianos, traje a propósito para pasearse en el mes de febrero por Madrid, y no falta alguna compuesta de hombrones más negros que tizones, vestidos con enaguas blancas, en mangas de camisa, un pañuelo de seda á manera de banderola, y una guirnalda en la cabeza; estos silfos bailan tocando las castañuelas, al compás de un tambor y un pito, ó hacen, después de haber tenido un mes ó dos de ensayos, ese juego que consiste en chocar los palos que cada cual lleva, cuidando de no perder el compás, si bien sucede alguna vez que uno, poco ligero de brazos, no choca su palo á tiempo con el que le presenta el compañero, y para no dejar de dar en alguna parte lo sacude sobre la cabeza del chico más próximo entre los que están con la boca abierta presenciando aquel espectáculo, y admirando la rara destreza de los de la comparsa, que les parecen hombres estimadamente superiores.

Si quieren ustedes ver máscaras, han de bajar al Prado. Allí es donde se reúne la abigarrada multitud de máscaras y mascarones, y como es también grande la concurrencia de gente sin careta, resulta que no se puede dar un paso en aquellas apreturas, que no siempre son agradables, porque no siempre se va entre un par de buenas mozas, y si se tienen los píés delicados, suelen salir de aquel hervidero bastante deteriorados.

Los concurrentes más madrugadores han cogido las sillas, y allí están las niñas bonitas, y las casadas de buen humor, y las viudas de buen ver, esperando que venga algún máscara para ponerse coloradas, reírse y enseñar la irreprochable dentadura, y decir ¡Jesús! cien veces y coquetear con el abanico, que solo para eso puede usarse en febrero. La mayoría de los máscaras han adoptado hace años el traje de mujer, y en estos días de Carnaval mueren hechos girones en las apreturas del Prado algunos vestidos magníficos, prestados á sus primos ó á sus amigos por señoras complacientes en demasía.

Máscaras políticas suele haber algunas que pretenden ridiculizar á los personajes de la situación, y cuyos disfraces rara vez se distinguen por lo ingeniosos; pero esta falta se suple con ponerse en el pecho, en la espalda y en la cabeza letreros alusivos á los actos políticos de aquellos personajes que pretenden poner en evidencia. Estos máscaras suelen no hablar con nadie; su misión es otra, y pasean gravemente, como quienes presumen que van haciendo algo.—Hay otros máscaras sombríos, de dominó negro, que miran á un lado y á otro, como quien busca á alguien, y si encuentran á algún personaje visible, le hablan al oido, le dicen cuatro tonterías y siguen su camino muy satisfechos.

Pero abran ustedes paso, que allí vienen dando empujones tres máscaras que se ríen mucho, no sé de qué, sin duda para que no se diga que no se divierten. Son dos hombres y una mujer en medio, y para disimular que es mujer, se ha vestido nada menos que de torero, con un traje muy ajustadito y muy mono; sus compañeros visten, el uno de caballero, vamos al decir, de Felipe IV, y el otro de moro. Esta trinca, después de dar dos ó tres vueltas por el Prado, va á refrescar á la taberna, y por la noche á Capellanes, donde el torero, hembra, se indispone gravemente y echa por aquella boca cerca de un azumbre, y el caballero de Felipe IV pega una bofetada á uno que se permite decir que la enfermedad del torero es sencillamente una borrachera, y el moro pierde el turbante, que una mamá sentada en un rincón encuentra y se guarda para hacer un mantel.

Hay otros máscaras de los que visten trajes de mujer, que se dedican á los coches, es decir, á embromar á las hermosas y aristocráticas damas que pasean en coche. Algunos no las conocen más que de vista, pero la careta les autoriza á fingirse íntimos amigos, á saltar dentro del coche y á estrechar las hechiceras manos de las duquesas y marquesas, de quienes habla La Epoca en sus revistas con tanto encomio y tan lisonjeras y acarameladas frases. Alguno suele decir una inconveniencia que le vale ser despedido del coche, y quizás alguna de esas señoras se queda muy convencida de que el máscara sabe toda su vida y milagros, que ella creía envueltos en el más profundo misterio, cuando la verdad es que el máscara no sabe de la dama cosa ninguna, y lo que ha hecho ha sido inventar una historia que casualmente tiene analogía con la de la aristócrata, y la pobre estará pensando todo el año cómo habrá podido saber aquel maldito cosas de todos ignoradas. Y milagro será que la dama no sospeche que el máscara es uno de sus más asiduos amigos, que jamás ha pensado disfrazarse, ni ha ido al Prado, ni puede comprender por qué motivo su amigo le hace unas veces desaires y otras le mima... Y bien puede suceder, ya que