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estoy en el terreno de las suposiciones, que aquel máscara desconocido haya dado lugar, sin sospecharlo siquiera, a otra historia, que lances de estos se ven en las comedias, y sobre todo, en la sociedad donde todos representamos la gran comedia.

También se ven algunas máscaras del sexo encantador, pero regularmente no pertenecen á la sociedad más distinguida; son mujeres de buen humor que se divierten mucho dando seis ú ocho vueltas por el Prado para encontrar, pongo por caso, á un agente de orden público, á quien conocen, porque su punto es en la esquina de la calle donde ellas viven, y le dan una broma por este estilo:—Anda, gran indino, que en diciendo que haiga repubrica, te quedarás sin el empleo.

Y con esto, algunos coches, ocupados por señoras enmascaradas que toman el partido de cubrirse el hechicero semblante para evitar que las molesten, algunos máscaras á caballo, entre los que suele haber más de uno que, poco habituado á montar, mide el suelo con las costillas, varios extravagantes que se visten de enanos ó jigantes, y ni pilos se pueden mover cómodamente ni dejan moverse á los demás, y mucho ruido de cascabeles, campanillas, trompetas y aun rebuznos, y ustedes perdonen la expresión, se divierte la gente cuatro dias, siendo en el cuarto la diversión un poco más animada en el antiguo Canal de Madrid, donde se celebra el tradicional entierro de la sardina con sendos tragos de lo tinto, grandes atracones de rosquillas que le forman al consumidor una sólida pared maestra en el estómago, y no pocos garrotazos que proporcionan á las benéficas y útiles casas de socorro una entrada extraordinaria y bastante trabajo y ejercicio al juzgado de guardia.

Las noches de Carnaval se baila en todas partes, en el Real, en la Zarzuela, en el Circo, en todos los salones disponibles.

Pero describir el aspecto, reseñar las peripecias y retratar al público de cada, uno de estos bailes, seria muy largo, y no quiero cansar al discreto lector, que si ha llegado hasta aqui, ya merece la nota de sobresaliente en paciencia.

En el teatro Real, las señoras son las que se visten de máscara; entre los hombres, solo se ve algún que otro marido que no quiere ser visto y que se pone un dominó sobre la levita, ó algún moro, que corre un bromazo atroz, ó algún caballero de Luis XIV, que bien puede ser amigo de un corista del teatro, á quien ha pedido el traje. El público femenino, al decir de los periódicos, siempre es distinguido y escogido; pero en esto habría mucho que hablar, y no estoy ahora para hacer averiguaciones, ni soy de la policía, ni me importan tampoco la vida y hechos de nadie. Por mi parte, si tuviera hijas, no las permitida ir á baile ninguno de máscaras, y en cuanto á las mujeres casadas que van, yo no las quisiera ofender, pero tengo para mi que no debían ir á esos bailes públicos, donde la careta iguala á la gente honrada y decente con la sospechosa y descocada, y no es muy fácil distinguir de colores. No digo yo que no haya en esos bailes mujeres de una virtud heroica; pero me parece que han de estar en minoría. En el teatro Real encuentra usted la que se dice viuda de un coronel, sin pensión, porque se casó de subalterno sin licencia, y era hombre tan descuidado que no se ocupó en arreglar el asunto y lo fué dejando de un dia para otro, hasta que murió de repente; la casada con un pillo que se fué á la Habana y allí está muy rico, dueño de esclavos y de ingenios, mientras su mujer vive aquí, Dios sabe cómo; la huérfana del intendente carlista, que está con una tía y que tiene un tio en Buenos-Aires, y sin duda á la bondad de aquellos aires debe no haberse muerto aun, dejando, como ha prometido, por heredera universal á su sobrinita, á quien quiere como á una hija; la casada que no hace vida con su marido porque él es un pillo y ella una inocente victima, muy mujer de su casa, y que no tiene valor para nada, como no sea para irse al baile... pero ponga usted en cuarentena todas estas historias que le contarán, y crea usted que ninguno de estos tremendos infortunios resiste á un plato de pechugas de gallina ó de pavo truffé y ante una botella de Champagne frappé, se rie como una loca la que le ha dicho á usted que, aunque traspasada de pena, ha ido al baile solo por ver si iba el hermano de su marido para decirle cuál era su situación y moverle á piedad para que á su vez mueva él el corazón empedernido de su estraviado esposo.

Hay mujeres honradas que son, sin embargo, locas de remate, y que no hallan inconveniente en ir al baile y llevar á sus hijas, que maldita la necesidad que tenían de 'esa diversión, que sobre ser ocasianada á peligros, no tiene nada de ventajoso para la salud; la mala noche, y la atmósfera sofocante del salón, la transición luego de aquel calor al frío de la calle... todo esto influye en la salud de lás jóvenes que lo que necesitan es aire puro, sueño reparador, y sobre todo la calma apacible del hogar. ¡Y hay madres que llevan á sus hijas á bailar tres noches seguidas!

¡Cuántas de estas pobres muchachas mueren en lo mejor de su edad, víctimas de esa terrible enfermedad que en todas partes y en todo encuentra cómplices! ¡Tres noches seguidas de baile, con el corsé estallando, oyendo imprudentes frases de Ungida pasión dichas al oido, dando vueltas en aquel turbión de gente loca, en brazos de galanes ardientes y acaso poco respetuosos... ¿no bastan para emponzoñar y abreviar fatalmente la existencia de una pobre niña débil y habituada á la vida tranquila del hogar?...

Vaya en hora buena al baile la gente avezada á esos placeres; vayan las damas de cuenta que ya han traspasado, felizmente, ese periodo en que la mujer es tierna y sensitiva, que se dobla y muere á la más ligera ráfaga de aire impuro; pero por Dios vivo, no se haga conocer el baile público de máscaras á la niña educada cu el recato y el amor de la familia.

Y hasta de sermón.

En algunos de estos bailes se ha introducido ahora un atractivo, que el patriotismo de algunos empresarios de teatros ha traido antes á la española escena por ellos convertida en escuela de escándalo y desvergüenza. Esta novedad que de la escena ha pasado á los bailes de máscaras, es el can-can, el famoso can-can, baile francés, que si bien no es decente, tampoco tiene gracia maldita, porque nunca fué gracia el descoco. Las quadrilles de los bailes de máscaras dan lugar á gran diversión de los que forman corro para gozar del espectáculo, los cuales animan á los bailarines para que lleguen á lo sublime del arte en sus movimientos lascivos y ridiculos. Este adelanto no nos honra ciertamente.

Pero mientras se improvisa can-can por dos señoras y dos señores inteligentes y prácticos en la materia, vamos á entrar en el buffet, que proporcionará algunas visitas á los médicos y algún beneficio á las boticas y herbolarios en los dias siguientes, porque nada hay menos higiénico que comer y beber á deshora de la noche, y no puede ser más á deshora porque ya son las tres de la madrugada.

Todas las mesas están ocupadas; en una cenan unos mozalvetes solos, y les alabo el gusto, que gritan como condenados, y á vuelta de unas cuantas desvergüenzas, y en esto ya no les alabo, dicen que ellos no quieren ser primos y dar de cenar á ninguna mascarita, y aqui les vuelvo á alabar. ¡Qué veinte duros tan mal empleados los que gastan en aquella cena! En otra mesa están dos, una y uno; ella no prueba bocado, él la habla con mucha animación, parece que la reprende... ella no contesta, él se impacienta, y por fin coje una botella y la tira en el suelo para desahogarse de rabia; el contenido de la botella mancha los dominos de raso de dos señoras, acompañadas por dos señores, éstos increpan al iracundo personaje, éste contesta con malos modos, y se arma una cachetina muy animada, y las parejas de los contendientes se desmayan, y se rompe la vajilla y algunos aprovechan el tumulto para irse sin pagar, y la máscara misteriosa que acompañaba al airado promovedor de aquella batalla, se escurre bonitamente, va al tocador, se arregla otro disfraz con el mantón, y ya está libre toda la noche de aquel amante celoso... En otra mesa cenan dos máscaras con un viejo verde; éste bebe y jura como un carretero, y las dos máscaras se ríen de él como de un payaso. En otra, cena de muy mal humor una familia forastera, que ha venido á pasar el Carnaval en Madrid, creyendo que seria cosa digna de ser vista. La mujer se sofoca con la careta puesta, la niña está muy apesadumbrada porque su papá no le ha permitido bailar, y el papá repara con asombro la cuenta de la cena, y echa miradas feroces al camarero, que se le representa un bandido de la Calabria.

¡Cómo se ha pasado el tiempo! Ya son las seis de la mañana y es hora de salir del bailo y de este hjero estudio de costumbres que me ha pedido, honrándome mucho, e editor de La ILUSTRACION.

En el salón se baila un cotillón vertiginoso y desenfrenado; allí tropiezan y caen las parejas que no tienen firmes los piés ni la cabeza; alli van mujeres corriendo jadeantes, con el ¡peinado suelto, con la boca abierta, con la cara descubierta* y ostentando toda la belleza, digo toda la deformidad de la locura y la crápula...

La gente menos loca ha salido ya del salon.

Pero ¿qué ocurre alli?...

Un joven máscara, riñendo con otro, por haberse permitido no sé qué esceso, consecuencia de su estado de embriaguez, ha recibido una puñada en el pecho y echa por la boca la sangre á borbotones. Entre dos amigos le llevan luego, perdido el conocimiento, á un coche que le conducirá á su caso.

¡Qué triste despertar, si ha podido dormir durante la noche, será el de la madre de ese joven!... El infeliz morirá en el año, y el que le (lió la puñada en el pecho vivirá muy tranquilo, bien ageno de que ha dado muerte á un hombre, único amparo de una pobre madre, buena y virtuosa...

Pero estas son cosas del Carnaval, y porque sucedan, no hemos de ponernos tristes y emigrar á hacer penitencia en un desierto.

¿Quién pide juicio á los locos?... El Carnaval es una locura, y hay que admitirlo con todas sus consecuencias.

Carlos Frontaura.

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ALBUM POÉTICO.

LA LUZ Y LA SOMBRA.

SONETO.
  La tarde triste por la cumbre asciende
y el rojo manto de vapor desplega;
del alto monte á la tendida vega
el aire mudo su inquietud suspende.

  El cielo en vago resplandor se enciende,
que hasta el confin del horizonte llega;
se apaga el sol, mientras la sombra ciega
las negras alas por el valle tiende.

 —¿Por qué me sigues con tenaz porfía?
La luz exclama: el pavoroso manto
rasga ante el fuego que en mis rayos arde,

  Que soy la luz, la vida y la alegría.
—Yo soy la oscuridad, el luto., el llanto...
dijo la sombra, y espiró la tarde.

José Selgas.


LO QUE LA PERDIZ DICE.

CANTAR POPULAR VASCONGADO.

  Voy á contaros, niñas
de estas verdes montañas,
lo que la perdiz dice
cuando despunta el alba.
Dice:—«Inocentes niñas,
no fiéis en palabras
de amorosos galanes,
porque las más son falsas.
Niña que en ella fia
se espone á dar de espalda,
como niña que en piedras
resbaladizas anda.»

Antonio De Trueba.

El textp de este cantar, que es muy popular en Guipúzcoa, es el siguiente:

  Éperrac cmitatzen dan
guiceun goicelan
cz asco flatzcco
mutillen izquclan.
Fiatzen bacccrádc
mutillen izquetan
erorico ceráde
inri labimctatl.

BACIA DE AFEITAR, CATALANA,

DEL SIGLO XV.

Considerada como material para la historia del arte, no hay antigualla despreciable, por poco que sea de la jurisdicción de él. La que en grabado reproducimos, es una simple bacía de afeitar, objeto humilde por su servicio, si bien el servicio fué de rey; mas hoy es ya de valia, atendida su misma especialidad y las circunstancias que la distinguen.

Probablemente ningún museo contendrá una joya parecida. Singular, por no decir única en su clase, ofrece además una hechura especial, que con dificultad el héroe manchego hubiera podido trocar en yelmo de Mambrino, tales son sus labores, emblemas, representaciones y le-