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14 LA ILUSTRACIÓN IBERICA


tar las apariencias que ocultan la realidad, distinguiendo el movimiento real del aparente. Y de igual modo estima el que se atiene al dato de la experiencia que es absurda la existencia de los antípodas porque ignora que la ley de la gravitación atrae los cuerpos hacia el centro de la tierra. Para el criterio empírico, lo que no es absurdo, olvidando que mas allá del alcance que se pueda encender á nuestra facultad imaginativa, existen pensamientos, ideas y nociones que, sin ser representables en imagen, son concebibles (lo infinito de las paralelas, el punto matemático, etc.)

Lo absurdo sera, pues, lo inconcebible, lo que contradice ó niega las leyes del pensamiento, y, por lo tanto, las de la realidad; pero de ningún modo lo que no es imaginable ó representable en símbolo. Precisamente, contra este sentido erróneo del empirismo, se ha estimado siempre el principio de toda realidad el fundamento de lo concebible (Dios) como el inefable (el que no es susceptible de signo ó eschema que lo represente). Contra el empirismo, que declara absurdo el pensamiento de Colón, se podrá siempre reargüir, afirmando que «la utopia de hoy es la nulidad del mañana.» El gran proceso de la historia humana y el abolengo de todos los inventos, niegan por completo que lo absurdo pueda ser fijado por medio del criterio, siempre parcial de la experiencia. Además, tampoco es admisible la preocupación del vulgo, que considera ideas equivalentes la de lo absurdo y la de lo falso. Hemos dicho ya que el error tiene su lógica tan inflexible como la que rige el proceso de la Verdad, siguiendo el mismo desarrollo que se observa en las desviaciones del mundo natural, de las cuales son ejemplo la periodicidad de ciertas perturbaciones, la intermitenecia de determinadas enfermedades, el ritmo de algunas afecciones, etc. Y en cuanto el error es susceptible de sistematización (según lo prueban los sistemas filosóficos) puede ser concebido, y aun explicado (aunque nunca justificable y admisible), según las leyes de la historia de la filosofia. Será. falso, por ejemplo, que el sol gira al rededor de la tierra; pero no es absurdo el sistema de Ptolomeo, como de otro lado no parece cierta la separación establecida por Kant entre la materia y la forma del conocimiento, y no se podrá, sin embargo, estimar como absurdo, sino como concebible y muy lógico, dado aquel estado de pensamiento, el sistema kantiano.

Restringiendo, pues, el verdadero sentido de la palabra absurdo á su alcance legitimo, resulta que sólo se aplica á lo contradictorio, inconcebible e irracional. Es, por tanto, la negación del pensamiento y de sus leyes; pero no de la experiencia, que puede ser contradicha á cada paso por experiencias ulteriores y por la hipótesis, audacia del pensamiento, al par que instrumento de progreso de la ciencia. No puede negarse la razón á si misma, como, en fin de cuenta, la experiencia total, íntegra, que concebimos, aunque no recibimos, por lo limitado de nuestra condición, no se contradice tampoco; de lo cual se infiere que lo absurdo no se refiere directamente á las denominadas operaciones simples de nuestra inteligencia ó facultades reales nuestro pensamiento, sino á aquellas operaciones complejas ó facultades formales de que nos servimos para interpretar los datos reales de las primeras y, desde luego, al juicio operación, en virtud de la cual unimos, mediante un acto intelectual (la cópula), dos nociones que se contradicen (A no es A).

No es, pues, posible el absurdo aplicado á la noción misma ó concepto; el absurdo sólo existe cuando relacionamos unas con otras ideas. Puede, pues, existir proposición absurda, pero no idea, en el sentido de dato primitivo, que sea absurda. Aún con esta restricción, conviene todavía advertir que, á veces, el espíritu combina palabras ó representaciones verbales, creyendo combinar ideas, porque induce falsamente de una supuesta unión mecánica del pensamiento con la palabra De este modo se explica que el espíritu pueda representarse sólo verbalmente ideas absurdas (circulo cuadrado, semana de tres jueves, paralelas que sean equidistantes, etcétera). Se reconocen estas como representaciones exclusivamente verbales, desde el momento en que el espiritu descarta del velo de los sonidos la idea de lo significado, reflexionando sobre el sentido do las palabras emplear das. Se percibe en seguida su contradicción y se reconoce que el absurdo no existe eu las ideas (pues aquellos signos uo expresan ideas), sino en las combinaciones de palabras de sentido contradictorio.

La proposición absurda (y por tanto lo absurdo reside eu ln relación interpretada mediante la cópula del juicio), es aquella cuyo atributo enuncia algo que niega ó contradice la composición esencial del sujeto.

Determina la lógica lo que es contradictorio (dos proposiciones que difieren en cantidad y cualidad), y estima, desde luego, que las proposiciones contradictorias no pueden ser á un tiempo verdaderas ni falsas, sino que de la verdad de la una se deduce la falsedad de la otra, y vice-versa. En esta regla lógica, que requiere la distinción de la contrariedad (lo blanco y lo negro) y de la contradicción (lo blanco y no lo blanco), se funda lo llamado demostración indirecta ad absurdum, que consiste en probar que la no admisión de la tesis implica lo contradictorio lo irracional. Este raciocinio es un procedimiento de critica ó de refutación, más que de prueba; sirve para discutir y rechazar el error, pero no es útil para hallar ni probar la verdad; porque, aparte de que es camino indirecto que no conduce á la contemplación de lo verdadero, no se puede olvidar que lo implícito en el absurdo es siempre una negación.

Además, esta demostración indirecta ó ad absurdum (reducción al absurdo), debe ser apreciada sólo como un último recurso, del cual se echa mano cuando faltan otros más directos; porque en él siempre se halla latente el gravísimo peligro de confundir lo contradictorio con las proposiciones contrarias, engendrando de esta suerte sofismas sin cuento y errores de gran bulto.

Todos los razonamientos que se fundan en la complejidad de los hechos históricos, adolecen de este vicio, por lo cual se afirma con sabor escéptico, pero con sentido certero, que «la historia es arsenal que proporciona toda clase de armas para defender las causas más opuestas.» Y es que se prescinde de la complegidad de los hechos históricos, se examina sólo algunas de las circunstancias que á su realización concurren, se nota con excesiva diligencia y con inducciones prematura su diferencia y por uno de los llamados sofismas de tránsito se concluye de la contrariedad á la contradicción y al absurdo.

Sin insistir en estos peligros, fácilmente se concibe que existen razones todavía más valiosas para preferir la demostración directa á la indirecta, ó ad absurdum.

La primera prueba que una proposición es verdadera y el por qué de su verdad, mientras que la reducción al absurdo se limita á concluir sobre la verdad de una proposición, sin probar el por qué es verdadera.

U. GONZÁLEZ SERRANO.

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AGUINALDO (1)


A mi antiguo y buen amigo

ANTONIO CARRALON DE LA RUA,

secretario del Presidente de la República del Uruguay,

diputado sapiente, etc., etc.

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(1) De mi libro de versos escritos en Montevideo, próximo á publicarse.


No te invito á rezar, querido Antonio,
pero ello es que se acerca un año nuevo
y hay que hacerle la cruz como al demonio.

Son muchos ya los que á la espalda llevo,
y tampoco los tuyos son escasos,
por más que á numerarlos no me atrevo.

Recuerdo, si, que en mis cabellos lasos,
apuntaban las canas prematuras,
signo, quizás, de andar en malos pasos,

cuando, ávido de gloria y de aventuras,
como el manchego hidalgo tú salías,
de malsines en pos y fermosuras.

¡Ay, Antonio, qué noches y qué días!...
La fiebre convertida en indolencia,
el ayuno mezclado á las orgías,

pródigos, si no de oro, de existencia,
de toda autoridad demoledores
y sin más religión que la conciencia,

logramos encumbrar á los mayores,
que nos daban aplausos y sonrisas,
guardándose riquezas y favores;

siendo la consecuencia á estas premisas
que, mientras ellos adquirieron fraques,
nos quedamos nosotros sin camisas.

¡Tiene la humanidad estos achaques!
Alguno que al pavés subir hicimos,
nos llamó en ocasiones badulaques.

Por sondas diferentes luego fuimos,
y hoy que lejos del suelo nos hallamos,
donde, como las plantas, florecimos;

hoy que hacia la vejez marchando vamos
y al vernos en la altura en que nos vemos,
yo no sé si perdimos ó ganamos;

bien es que aquellas horas recordemos
en que la Juventud, á manos llenas,
nos brindaba sus goces más supremos.

¡Horas de lucha, y á la par serenas!
aún de vuestros encantos la memoria,
es lenitivo y bálsamo á mis penas,

y no hay ni puede haber mundana gloria,
ya se llame fortuna ó poderío,
ya se escriba en el alma ó en la historia,

que yo no diera en dulce desvarío
o por renovar los sueños que llenaron
de amor y dicha nuestro hogar vacío.

Mas, ¡ay! Cuando su nido abandonaron,
no vuelven las perdidas ilusiones,
aves de paso que al volar cantaron.

En cambio, á ennegrecer los corazones
vienen las sierpes, del dolor sañudas;
los gusanos del odio y las pasiones;

los buitres del engaño y de las dudas,
y las movibles larvas del deseo,
más horrorosas cuanto más desnudas.

Yo, Antonio, lo sé bien; yo que peleo
treinta años ha sin tregua ni reposo
y apoyado en la tierra, como Anteo,

contra lo vil ridículo y odioso
de este mundo que el hombre empequeñece
y Dios hizo tau grande y tan hermoso.

Por eso, al ver el año que amanece,
la tristeza mi espíritu domina,
y mi cariño á lo pasado crece.

El sol de la esperanza ya declina
un punto más, y, en el ocaso hundido,
vendrán las sombras á envolver su ruina.

En tanto, y mientras logro del olvido
sacar triunfante mis recuerdos gratos,
(el único caudal que no he perdido);