Serás conmigo en la eternal morada.»
Cada mortal en el instante horrendo
Recuerde esa palabra de armonía.
El Señor va á morir: siempre bondoso
Quiere dejar al mundo cara prenda
De su amor inefable;
Prenda sin par, tesoro portentoso,
Que al hombre triste en su dolor defienda
Y sea refugio de infeliz culpable.
Viendo á María, la dice dulcemente,
Enseñándole á Juan, que triste llora:
«Mujer, mira á tu hijo.»
Desde entónces el mundo reverente
De la Madre de Dios la gracia implora,
Y la venera con amor prolijo.
Del Gólgota otra vez allá en la altura
La voz del Redentor se escucha apena
«Tengo sed,» — ¡Es posible!
El que en Oreb de entre la peña dura
Hizo saltar el agua por la arena
Con su inmenso poder irresistible...
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Poesías de Cuellar.