Página:La música como develadora del sentido del arte en Marcel Proust.djvu/40

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es la única y verdadera fuente de la obra de arte. En su poderosa originalidad es sacada de la vida misma, de Ia naturaleza y del mundo, ysólo se apodera de ella el verdadero genio, o el hombre que poseído de Ia-inspiración llega por un momento a la genialidad. Sólo por esta concepción inmediata nacen verdaderas obras que han de vivir eternamente. Y precisamente porque la Idea es intuitiva siem- pre, el artista no tiene una conciencia in abstracto de la intención y del fin de su obra; ante él se agita, no un concepto sino una idea; por lo mismo, no puede dar cuenta de su actividad: trabaja, como suele decir la gente, por mero sentimiento e inconscientemente, por instinto. Por el contrario, los imitadores, los manieristas, imitadores, servum pecus, no son capaces más que de un arte conceptual; se apropian de Io que en las buenas obras gusta y produce efecto, se lo asimilan, lo conciben en conceptos, es decir, abstractamente, y se entregan a la imitación abiertamente o la disimulan con habilidad. Igual que las plantas parásitas se nutren de obras ajenas, y los mismos que los pólipos se tiñen de las sustancias que los nutren”. ciencia, para el arte es siempre estéril. En cambio, la Idea concebida contemporáneos y la posteridad, al explicar que las grandes obras no sean valoradas rápidamente (lo que ocurre incluso con el propio héroe de su novela ante la iglesia de Balbec, la actuación de la Berma y la misma sonata de Vinteuil, como ejemplos significativos): Dice Proust sobre el carácter temporal de la obra y su relación con los mi’ con esa sonata- para penetrar una obra algo profunda es como un resumen y símbolo de los años y a veces de los siglos, que tienen que pasar hasta que al público le llegue a gustar una obra maestra verdaderamente nueva. Quizás por eso se dice que el hombre de genio para evitarse las incomprensiones de Ia multitud, que como a los contemporáneos les falta la distancia necesaria, las obras escritas para la posteridad sólo la posteridad debiera leerlas, igual que ciertas pinturas mal juzgadas cuando se las mira de muy cerca. Pero, en Y ese tiempo que necesita un individuo -como me sucedió a